Luces y sombras

Antonio Méndez

Tras la pancarta

TRAS el optimismo antropológico de Zapatero, devenido en catarsis de fin de ciclo, en Moncloa han transformado el tótem de la confianza con el que Rajoy alcanzó el poder por la resignación y el realismo fatalista como pilares de un estado de ánimo constructivo. Sólo podemos aguardar a que todo se deteriore más. Como si fuera un designio divino imposible de revertir, escrito en las letras sagradas de una economía que los profetas del mercado saben interpretar en claves de ajuste y plazos necesarios.

Explica el Gobierno que sus medidas había que adoptarlas, que no quedaba otro remedio si aspiramos a una resurrección. Pero hagamos lo que hagamos será insuficiente para sanar a este país moribundo. Las recetas sirven para intentar calmar a esos poderes invisibles que se muestran implacables con la deuda. Quieren comprobar que los recortes suponen un sacrificio, que no se tratan de un ardid de nuestra economía para enmascarar la penitencia con esas cifras de paro oficial y ocultar la verdad sumergida. Que estamos expiando las culpas y hacemos propósito de enmienda de no creer en más burbujas.

Y en esa asunción de lo inevitable vamos derecho a una nueva recesión. Y con la gasolina a 1,5 euros el litro. Hemos aplaudido la subida de impuestos en el IRPF y casi ni hemos rechistado con la durísima reforma laboral aprobada por el Gabinete popular. Rajoy lo intenta, le disculpamos. Como ovejas dispuestas a inmolarse en sacrificio sin discutir ni el tamaño de la pira. Pero que arda.

Hasta el líder del PP en Andalucía, Javier Arenas, se ha debido quedar tan sorprendido de hasta qué punto llega la docilidad, que ha asegurado que algo se podrá suavizar la norma durante el trámite parlamentario. Nuestros anacrónicos sindicatos, sin hacer mucho ruido, intentan hoy despertar a la sociedad. Pero temen que las cifras de las convocatorias sean tan insignificantes que acaben por recibir la puntilla.

En estas marchas, sobre todo en las de Andalucía, los socialistas preguntarán por el votante perdido. Dirigentes del PSOE se asomarán a las pancartas con la esperanza de que nadie les señale. Antes tendrán que acordarse de dejar en el armario chaquetas y corbatas. Y algunos darle fiesta al conductor del coche oficial. Qué mala es la nostalgia.

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