POCAS veces el optimismo inveterado del presidente del Gobierno se ha dado de bruces con la realidad en tan poco tiempo como en estos días. Una semana después de que Zapatero diese por superado lo peor de la crisis económica que afrontó tarde y mal el Gobierno que preside ha tenido que revisar sus previsiones económicas en sentido negativo. La vicepresidenta Elena Salgado ha rehecho el cuadro macroeconómico que presentó hace sólo seis meses: el crecimiento será menor del previsto y, por el contrario, el desempleo aumentará. Aunque se mantiene el objetivo de aumento del PIB para este año, cifrado en el 1,3%, lo cierto es que será difícil alcanzar esta meta, puesto que el consumo de las familias va a subir la mitad de lo pronosticado y el precio del barril de petróleo se ha situado ya muy por encima de la previsión inicial, factores ambos que harán muy complicada la consecución de ese crecimiento augurado. Ni siquiera el repunte del sector exterior y el mejor comportamiento de la demanda turística parecen suficientes para torcer el panorama sombrío de la economía española. Hay que repetir que el primer problema económico y social, un paro que se acerca a los cinco millones de trabajadores, lo seguirá siendo durante mucho tiempo. Según el Gobierno, hasta 2013 no se prevé un cambio sustancial en esta tendencia, dado que las perspectivas de crecimiento son notoriamente insuficientes para pensar en la creación de nuevos puestos de trabajo, desde luego inferiores al 2,5% anual en que el ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, ha situado el umbral a partir del cual se generaría empleo neto. La situación tiene algo de endiablada: si la reducción del déficit, que parece un objetivo esencial para la superación de la crisis, obligase a un programa aún más drástico de recortes del gasto público, ello redundaría en una nueva caída del consumo y, por tanto, del crecimiento. A menos de un año de las elecciones generales, la interinidad del Gobierno Zapatero tampoco ayuda a generar confianza, otro factor decisivo.