La pela es la pela

La presión y la violencia con la que actúan ciertos grupos políticos han generado un miedo en esa sociedad

Después de tantos años insistiéndonos en la idea de que la independencia de Cataluña era un fin irrenunciable para diversos sectores de la sociedad catalana, ha llegado la hora de apoyar económicamente el proyecto. Y el apoyo debe ser muy explícito, es decir, debe poder arriesgarse la fortuna personal en caso de que todo vaya mal. Aquí es donde el Estado central ha encontrado, sin haberlo pensado, el quid de la cuestión y el talón de Aquiles de todo el proceso nacionalista. La idea es muy simple, si el dinero lo ponen el resto de los españoles queremos independencia, pero si tenemos que ponerlo cada uno de nosotros, vamos a llevarnos bien que la historia común ha sido muy fructífera.

Si uno analiza el devenir de los diversos gobiernos que han dirigido Cataluña observa como se ha ido deteriorando la composición de los mismos. Lo que durante la transición se formó a partir de personas con una alta formación y libertad de criterios ha ido transfigurándose hasta nuestros días en grupos cerrados de gente altamente dependiente de sus partidos y cuyos bienes nacen de su influencia política heredera de aquel 3% ya preconizado por Maragall.

Basta con viajar por esa maravillosa región y ver como todas aquellas personas con conocimientos y capacidad de liderazgo han ido desistiendo de participar en este sin sentido. La presión mediática y, porqué no decirlo, la violencia e impunidad con la que actúan ciertos grupos políticos, han generado un miedo en esa sociedad que acalla a cualquier disidente. Pero ha llegado el momento de retratarse y decidir, por ejemplo, quién compra las urnas o quién paga los gastos del referéndum, y en ese momento surge ese espíritu conservador de los propios bienes tan alejado de idealismos e ideologías. Parece poco probable que los cambios en el gobierno catalán, con la excusa de que no haya fisuras, sirvan para que surjan compatriotas dispuestos a entregarlo todo por la causa. Sabemos que cualquiera que dé un paso en ese sentido será aplaudido por los demás, pero a lo mejor se queda demasiado solo y empobrecido, de ahí la presión conjunta para pagar a escote antes de tener que invitar al resto. Por tanto la paradójica diatriba entre fortuna y felicidad en que se ha convertido el proceso independentista tiene visos de pasar del éxito al ridículo, y eso tan sólo dependerá de la habilidad política que, hoy por hoy, ni está ni se le espera.

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