Paco de la Torre, el alcalde de Málaga, no es el duque de Edimburgo, pero tiene sus 74 años, y no hay reina que le jubile. Ahí guarda a Elías Bendodo como un príncipe de Gales perenne, tan eterno aspirante que le están creciendo las orejas. De la Torre muere, como muchos otros alcaldes y políticos, por una foto, lo que sea con tal de salir en los medios y dar la apariencia de cercanía y de laboriosidad, de tal modo que el buen señor se montó en una bicicleta BMX, con su casco, su corbata, su traje y sus zapatos de vestir, para completar el circuito del mundial de esta modalidad que se celebra ahora en Málaga. Y se cayó, gran pellejazo, no hubo daños físicos, pero sí morales: hizo el ridículo. Si la retórica fue en su día un criterio para elegir a los líderes, ahora se imponen las artes escénicas. Hemos llegado al esperpento, alcaldes que inspeccionan obras, aunque nunca han sido albañiles; ministros que se ponen todo tipo de gafas para ver en tres dimensiones, aunque son cegatos respecto a lo demás, y un presidente que se fotografía en una cinta de correr mientras su partido arde. La imagen nos redimirá. Esta semana oí a un periodista contar en la tele cómo Cristina Cifuentes le estaba dando un premio a Alejandro Sanz por el 2 de Mayo, pero lo que vi, lo que se sugirieron las imágenes, era lo contrario, que la homenajeada era ella. Lezo.

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