Se oyen sandeces. Ésta, por ejemplo, repetida por psicólogos en las revistas dominicales de prensa, políticos sin piedad y beneficiarios de la desgracia ajena: "La crisis es una oportunidad". Sí, la crisis es una oportunidad para el desarraigo, para que los jóvenes abandonen forzados la patria sin saber si llegará el día de volver. Y para rebajar el sueldo de los trabajadores, contratarlos por horas y despedirlos con un elegante adiós y unos cientos de euros. Y para ascender a los empleados fijos a la categoría de emprendedores, o sea, a explotadores de sí mismos. Y para deteriorar la sanidad y la educación públicas. Y para jibarizar los servicios sociales y el sentimiento de solidaridad entre las personas.

Ahora viene el FMI, promotor de la homilía darwiniana de la adaptación al cambio, y anima a España a insistir en las reformas, prolongar la vida laboral, incentivar las jubilaciones privadas y congelar las pensiones. El padre de todos los coach del neoliberalismo entiende que la crisis es una oportunidad para convencer a la mayoría de la población de que un mundo mejor es posible si acepta su receta de martirio, si consiente en ser más pobre de por vida para que la economía crezca. Pero la crisis no es una oportunidad, es su coartada. Y una putada para el resto.

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