Por montera

Mariló Montero

La pequeña de Buraidah

SIEMPRE le inquietó la mirada de su padre. No llegaba a comprender qué había en el interior de sus ojos negros. Aunque vivían bajo el mismo techo, sus coincidencias en las zonas y horas comunes del hogar eran prácticamente inexistentes. Trataba de conocer a su padre a base de adivinanzas interiores. Ella sabía que su infancia estaba llena de silencios e interrogantes aún sin resolver. Practicaba y practicaba cada vez que tenía la oportunidad de encontrar la mirada del patriarca. La pequeña, en cambio, sí notaba algo más de empatía con su madre.

La pequeña de Buraidah, una de las zonas tribales más pobres de Arabia Saudí, llegó a obtener resultados como adivinadora de miradas. Consiguió desvelar el secreto que guardaban los ojos del patriarca. Una noche, mientras su madre le mesaba el cabello antes de acostarse, miró hacia la puerta de su dormitorio entreabierta. Reparó en que su padre la observaba desde el otro lado de la portezuela. Alcanzó a ver el brillo de sus ojos negros que le hicieron caer en el abismo del pozo de su pupila. Y en el fondo halló la respuesta a su único interrogante. ¿Qué secreto guardan los ojos de mi padre?: el brillo del dinero.

La dote alcanzó los 16.700 euros. Su padre la vendió a un señor de setenta y ocho años en contra de su voluntad y la de su madre. A pesar de que las peleas conyugales fueron terribles, la boda se celebró. La pequeña de Buraidah contrajo matrimonio con el primo de su padre y una noche de noviembre se consumó el matrimonio. Ella vio en el señor mayor la misma mirada de su padre cuando se le echó encima, cuando la alzó con una torpe fortaleza en sus brazos y la tiró sobre las alfombras del suelo. Él no se quitó ni la túnica, mientras que a ella le desgarró toda su ropa. Las únicas que lloraron por su violación fueron sus bragas. La pequeña de Buraidah escupió mucosas, babas, entrañas, vísceras. Su inocencia se enlutó.

Al otro lado de la calle polvorienta, que separaba su casa materna de la conyugal, la luz de una ventana rajaba la noche que borró el eco de sus socorros. El patriarca mesaba los dineros con que el anciano marido de su hija le había dotado. Padre contaba billete a billete. En cada cero había una violación. En cada número, el símbolo de su cultura o una forma de entender su religión.

La pequeña de Buraidah tuvo fuerzas para arrastrar su cuerpo malherido hasta el juzgado. Sus doce años, su sexo y su estado físico no pasaron inadvertidos en los juzgados, donde sólo había hombres. Uno de ellos se convirtió en su abogado defensor, Sultan bin Zahim, quien ha emprendido acciones legales para liberar a la cría de ese matrimonio. Es la primera vez que la Comisión de Derechos Humanos interviene públicamente. Hay esperanzas de que la ley se debata. De que se prohíba a los notarios bendecir los matrimonios infantiles. La práctica, frecuente y aberrante, sostenida en el matrimonio del profeta Mahoma, quien desposó a su mujer favorita con nueve años, es injustificable en el siglo XXI. Un llamado asunto de familia que es de todos.

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