Los pobres también ríen

Xiomara y yo logramos entablar una charla donde la comprensión no estaba, pero sí el entendimiento

Conversar por teléfono con Xiomara Arriaga fue como contactar a través de los dioses del realismo imaginario. Nuestras almas fueron tan irreverentes frente a las incomodidades tecnológicas que la famosa nube un día estallará sobre nosotros mandándonos al infierno. Xiomara y yo logramos entablar dificultosa charla donde la comprensión no estaba, pero sí el entendimiento. Mereció la pena escuchar su voz cuyas cuerdas vocales vibraban como un arpa magistral según a sus relatos les iba quitando la pátina del pasado o si el relato no era de una bajoneada. ¿Qué es eso de bajoneada? Necesitaba llenar mi curiosidad. "Una bajoneada, señora, son aquellas mujeres que no le echan ganas a trabajar. Y yo quiero que mis tres hijos, Andresito, Dani y Madelin, sean felices".

La vida de Xiomara estaba iluminada por una única luz negra. Ver muerta a su madre en la silla de la cocina cuando ella llenaba la tarde de risas en portón de su casa, la embozó en una negrura permanente. Su abuelita Filomena y el tío Orlando, por mucho que los cuidaran, no supieron darle cariño. Xiomara se marchó un día de su quince invierno a la calle. A las calles de aldeas donde no crecen ni los yerbajos, para buscar trabajo. Recordaba a su profesora Clelia Flores ,quien coloreaba sus clases de matemáticas, lengua o historia mientras les invitaba a vender los muñecos de flores con croché que hacía desde que se despertaba a las cinco de la mañana hasta que acababa de estudiar a las once de la noche. Vinieron los niños y el abandono de su marido. Un día de luz se sentó en el banco de una estación de tren: no sé si iba para San Miguelito, Jesús de Otoro, Yamaranguila o Intibuca. Una señora, viéndola sola y tan jovencita, le pregunto: "¿dónde vas? No lo sé -respondió Xiomara- necesito trabajar". Lo hizo como dependienta y se independizó. Plantó en el Parque de la Esperanza una mesita y sobre ella sus collares, corbatas y mandiles de tela y los aretes, muñecas y pulseras de croché. Podrán ver a Xiomara en una fotografía y en la página de Facebook con el nombre de su empresa: Arte, la bendición.

A Xiomara se le cayó el cielo tras la muerte de su madre, pero su perseverancia y el aprovechar la oportunidad del Fondo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU han hecho que ahora sea una microempresaria deseando venderle a usted. Porque si los ricos también lloran, los pobres también ríen. Ella sueña con que sus hijos puedan estudiar ingeniería y sean felices.

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