LA aritmética parlamentaria, la creciente soledad del Gobierno y las inminentes elecciones autonómicas en Cataluña han colocado a Zapatero en una tesitura inquietante: solamente puede sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado para 2011 pactando con el Partido Nacionalista Vasco. Y estos Presupuestos no son cualesquiera. Si no los aprueban las Cortes y han de prorrogarse los actuales, elaborados cuando aún el Gobierno no reconocía la gravedad de la crisis, la economía del país no podría funcionar bajo el signo de la reducción del déficit público y, en consecuencia, la legislatura habría de darse por terminada. Confiando en que su viraje de mayo termine dando resultados y se produzca la ansiada reactivación económica, Zapatero es consciente de que en las actuales circunstancias disolver anticipadamente las cámaras y convocar elecciones generales sería tanto como suicidarse políticamente. Es por eso por lo que la negociación con el PNV, habitual en otros ejercicios, adquiere en esta ocasión un dramatismo especial. Concurren dos circunstancias agravantes. Por un lado, el Ejecutivo llega a ella marcado por su propia debilidad y por la necesidad perentoria de alcanzar un acuerdo. Por otro, el nacionalismo vasco ha sido desalojado democráticamente del poder en Euskadi gracias al apoyo del PP al socialista Patxi López y el objetivo último que persigue el PNV es deteriorar al nuevo lehendakari y presentarse ante la opinión pública como el partido que mejor defiende los intereses vascos. Eso explica por sí solo la elevación de sus exigencias. Para pactar con el Gobierno español los Presupuestos 2011, los peneuvistas pretenden arrancarle un compromiso de mayor autogobierno para el País Vasco y, especialmente, el traspaso de las políticas de empleo, con un contenido más ambicioso que el planteado por Patxi López y que, según el propio presidente vasco, amenaza con romper la caja común de la Seguridad Social, al pedir la transferencia de las bonificaciones al empresariado. Zapatero tiene que optar entre garantizarse a toda costa su propia continuidad o ser leal a su compañero de partido que preside el Gobierno vasco. Perverso dilema.

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