Al margen

Ramón Triviño / Almargen@malagahoy.es

El prestigio

EN los tiempos que corren, con tanta escandalera poblando los medios de comunicación, es difícil defender el prestigio de los políticos. El presidente andaluz, Pepe Griñán, en su cruzada por dignificar la vida pública y de tratar de imponer un nuevo estilo a la hora de gestionar los intereses colectivos, acaba de romper una lanza en este sentido, advirtiendo a los compañeros socialistas, reunidos en el Comité Director del PSOE, de que no deben olvidar "el debate ideológico" y recuperar para los ciudadanos el "prestigio de la política" porque, cuando en tiempos de crisis se produce una pérdida de la política, "la que gana es la derecha".

Esta reflexión, de la que también se desprenden tintes estratégicos e intereses partidarios, la completa Griñán diciendo que "no todas las políticas y los políticos son los mismos", a la vez que propone "confianza y liderazgo social" como forma de "recuperar el prestigio de la política" que, en definitiva es la que transforma a la sociedad.

Unas palabras que, aunque en estos momentos se parezcan más a una voz que clama en solitario en el desierto, son una loable iniciativa para tratar de que en la acción política, aunque sea encuadrada en la legítima pugna entre partidos para lograr la conquista del poder, no tenga como divisa, en innumerables casos, el vale todo.

No parece de recibo que se sustituya el contraste de las ideas con la puesta en marcha del ventilador junto a la basura de la casa ajena, dejando claro que no se aboga por renunciar a la labor esencial democrática de la fiscalización de lo público. Tampoco parece una buena receta para recuperar el prestigio que se sustituya la confrontación de ideas por la excesiva judicialización de la política.

Por lo tanto, parece esencial dotar al político, en todos los niveles de su actuación, de las herramientas necesarias para el desarrollo de su labor y no, como estamos viendo en el ámbito de administración local, dejarlo atado de pies y manos sin los mínimos recursos que permitan la normalidad y transparencia de la gestión. Porque en esas circunstancias se pueden dar casos de la gravedad de lo sucedido esta semana en Alfarnatejo, un hecho que, al menos a primera vista, pone en evidencia el calvario por el que están pasando muchos alcaldes de pequeños pueblos malagueños. La nueva legislación urbanística ha encorsetado el desarrollo de buena parte del territorio y las aspiraciones de sus pobladores, pero sin ofrecer ningún medio para impedir que la asfixia termine matando el futuro colectivo y que los regidores aparezcan ante sus vecinos como los verdaderos autores del crimen. También es cuestión de prestigio.

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