LA semana pasada, en una entrevista con Joaquín Petit en el programa Las mil y una noches de Canal Sur 2, el actor Luis Tosar dijo una cosa a la que me temo que no se le ha prestado la atención que merece. Y es que Tosar contaba que fue un mal estudiante -"un auténtico burro", decía-, hasta que una profesora de su instituto intuyó el enorme potencial que tenía, así que le animó a leer libros y a integrarse en el grupo de teatro escolar. Así empezó la carrera que le ha llevado a ganar un Goya por su espléndido papel en Celda 211 (una película, por cierto, que se basa en una novela del periodista deportivo Francisco Pérez Gandul, alguien que no hace ruido ni milita en el sindicato de la ceja, dicho sea de paso).

Tosar no lo dijo en la entrevista, pero nosotros podíamos adivinarlo detrás de sus palabras: si no llega a ser por aquella profesora de instituto, ahora quizá sería un tipo muy parecido a Malamadre, el personaje que le ha proporcionado más fama y más elogios de toda su carrera. Pero tuvo la suerte de encontrarse con una profesora que intuyó su talento y le animó a adentrarse por un camino que a él nunca se le había pasado por la cabeza. De lo contrario, ahora estaría trabajando en un supermercado o levantando pesas en un gimnasio. O quizá haciendo cosas peores, como el propio Malamadre. Cuando un actor interpreta tan bien a un personaje, es porque una parte de su persona no tiene ningún problema en identificarse con él.

Me gustaría saber si alguien ha reconocido los méritos de esta profesora, aunque sólo sea poniendo una modesta biblioteca escolar a su nombre. Lo dudo, porque no corren buenos tiempos para los grandes profesores en esta época dominada por los pedagogos y los sindicalistas doctrinarios y los padres irresponsables. Me temo que esa profesora sólo habrá tenido la secreta recompensa de saber que había hecho con sus alumnos lo que tenía que hacer, y nada más. Y aunque haya demostrado tener intuición y vocación, que son las dos cualidades que hacen a los verdaderos profesores, su talento no suele ser apreciado por los pedagogos y los sindicalistas -y los políticos que sólo escuchan a los pedagogos y a los sindicalistas-, ya que la intuición y la vocación son aptitudes que se consideran "materias no computables", y por tanto no se exigen ni se valoran en los programas educativos.

¿Cómo se hace un buen profesor? Intuición, entusiasmo, humor, mano izquierda, comprensión, curiosidad, amor por el esfuerzo, dedicación al que más lo necesita: he aquí las cualidades que hacen a un buen maestro. Los conocimientos también cuentan, por supuesto, pero de nada sirven si no van acompañados de todas estas cosas. Luis Tosar lo sabe bien. Sería bueno que todos nosotros también lo supiéramos.

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