La tribuna

eugenia Jiménez Gallego

No puedo contarlo más

ESTA frase me la han repetido dos alumnos en una misma semana, un chiquillo y una adolescente con problemáticas muy diferentes pero un mismo grito: "No puedo contarle a más personas mi vida", "ya lo he hecho con seis o siete…". "Profesora, si estuviera en mi situación ¿de verdad iría contando sus cosas a tanta gente?".

Hoy en día es habitual que una niña que sufre ansiedad tenga que contar su historia al médico de cabecera para poder pasar a ser atendida por psicólogos y psiquiatras en Salud Mental, quizá primero en el centro de salud de zona para luego conocer a los de Salud Mental Infantil, pero que tenga además que abrir su corazón en Servicios Sociales si hay un trasfondo familiar, algunas veces primero ante un equipo para luego derivarla a otro, y a la vez esta familia puede estar entrevistándose con el tutor, con la orientadora del instituto…

Si hablamos de los alumnos diagnosticados con trastornos de conducta la cantidad de profesionales se puede duplicar: además de los de siempre pueden estar hurgando en su herida educadores sociales y hasta el orientador del equipo especializado, psicólogos del juzgado, educadores de libertad vigilada e incluso el fiscal de menores.

Hace tiempo que vengo pensando que la situación de exposición repetida a la que sometemos a tantos chicos y sus familias es maltrato institucional. Pero que alumnos tan jóvenes lo expresen abiertamente y con desgarro me conciencia aún más y me lleva a plantearlo públicamente. Y lo imponemos nosotros, los profesionales y los protocolos de las instituciones, desde nuestra mejor intención de que tengan todos los recursos a su disposición. Desde la ceguera que tiene cada uno desde su parcela, sin ponerse en el lugar de los que viven este peregrinaje del dolor.

Me parece que no estamos tratando bien a las familias cuando les damos mensajes y orientaciones distintas, lo que no es tan difícil porque somos profesionales de campos muy dispares. Y entonces lo que hacemos es volverlos más confusos, más locos, más dañados. O más resistentes a cualquier intervención.

Pero incluso si estamos a una pero esa labor parecida la hacemos simultáneamente, los saturamos. Y cuando les exigimos que vuelvan a relatar su historia una y otra vez en público quizá contribuimos a que se miren a sí mismos como personas problemáticas, de tanto subrayar sólo lo que no funciona en sus vidas. Tantas veces señalan a ese hijo o esa hija como culpables de su sufrimiento, tantas veces describen sus conductas más oscuras que creo que terminan consolidando su identidad patológica, confirmándole que no tiene solución, que ése es su destino.

Para tanto desatino no se me ocurre otra alternativa que coordinarnos verdaderamente todas las instituciones que trabajan con menores. Trabajo en red intenso, coherente, sistemático. Cuando un chico/a llegue a una institución pública con una historia difícil los que lo reciban han de ponerse en contacto con los demás profesionales que lo atienden, como mínimo con el orientador de su escuela. Con el permiso de la familia, por supuesto, con toda la profesionalidad y la confidencialidad debida. Pero dejando claro a los padres que no hay otro camino para una intervención efectiva.

En mi ciudad tenemos algunas experiencias positivas en este sentido, fructífera con los Servicios Sociales comunitarios, incipiente con el equipo de Salud Mental local, pero muy pobre con otros servicios. Y esta coordinación estrecha no es una opción, no es un lujo para los que no estén desbordados de trabajo -porque todos lo estamos- sino una necesidad urgente, una reclamación que nos hacen los ciudadanos. Tal vez nos es imposible reunirnos en persona con frecuencia, pero al menos necesitamos mantener una coordinación telefónica suficiente.

Tenemos que ser capaces de evitar este exhibicionismo del alma que les hace daño a los chiquillos. Decidiendo juntos los distintos servicios implicados donde derivar a la familia en cada momento para reducir al mínimo el número de profesionales que vayan a intervenir, poniendo en común la información para no hacer una y otra vez las mismas preguntas, acordando la línea a seguir para no contradecirnos ni solaparnos.

No sólo por la salud mental de la familia, sino porque hoy en día todos andamos escasos de recursos humanos y tenemos que encontrar caminos para reducir listas de espera y citas a tres meses. Por eso, si no actuamos todos simultáneamente tendremos más tiempo para atender otros casos.

Ojalá ningún alumno vuelva a sentir que le maltratan los que le pretendían ayudar.

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