la tribuna

La reforma del sistema financiero

EL 16 de diciembre pasado el jefe de Estado, tras celebrar consultas con los representantes designados por los grupos políticos, propuso al Sr. Rajoy como candidato a la Presidencia del Gobierno. El 19 de diciembre el Sr. Rajoy expuso su discurso de investidura en el Congreso de los Diputados, obteniendo al día siguiente la confianza de la mayoría absoluta de la Cámara, como era de esperar. El 21 de diciembre el jefe de Estado, a propuesta del presidente de Gobierno, nombró a los ministros integrantes del Gobierno.

El llamado por las urnas a ser presidente del Gobierno tras la celebración de las elecciones del 20-N en ningún momento fue presidente electo, sino diputado electo por la circunscripción de Madrid, encabezando la lista de su partido.

Quede claro que los españoles no elegimos como presidente al Sr. Rajoy o al Sr. Rodríguez Zapatero años atrás, sino que nos limitamos a votar a las listas cerradas y bloqueadas de cada partido en nuestra circunscripción electoral, que es la provincia. Una vez constituido el Congreso, tras la toma de posesión de sus escaños por los diputados electos, se votó al candidato a la Presidencia del Gobierno en la forma referida anteriormente. Los ciudadanos tampoco votamos, en fin, a los ministros, quienes son directamente designados por el presidente del Gobierno.

Por todas estas razones nuestra monarquía es parlamentaria, y no un régimen presidencialista, al tipo de Estados Unidos o, en menor medida, Francia, aunque en la práctica, de hecho, funcione como un sistema de corte presidencial.

El discurso de investidura cobra una importancia crucial, pues el candidato a la Presidencia del Gobierno presenta el programa que pretende llevar a cabo si logra la confianza parlamentaria. El discurso de investidura no vincula jurídicamente a quien lo pronuncia, pero sí le ata políticamente, además de que sirve para marcar el tempo de la legislatura y la agenda política más inmediata.

La profundidad económica y financiera del discurso de investidura del Sr. Rajoy es digna de atención. Las tres reformas de mayor calado que se acometerán con urgencia afectan a la estabilidad presupuestaria, con el desarrollo por ley orgánica del recientemente reformado artículo 135 de la Constitución, las reformas estructurales de nuestra economía, para que sea más flexible y competitiva, y la culminación del efectivo saneamiento del sistema financiero.

No deja de causar perplejidad que se persiga ahondar en el saneamiento del sector financiero. Han sido varias las normas dictadas por el anterior Gobierno vía Real Decreto-ley que han tenido por concreto fin su reestructuración y reforzamiento. Tampoco han salido mal paradas nuestras entidades de las pruebas de resistencia de la Autoridad Bancaria Europea. Pero no ha bastado, hay que seguir buscando el bálsamo a nuestros males.

Las medidas adicionales que se adoptarán no más tarde de junio de 2012 consistirán en la venta de los inmuebles terminados y una valoración muy prudente (es decir, a la baja) de los solares y promociones sin terminar en posesión de la banca. En el discurso de investidura el Sr. Rajoy no se anduvo por las ramas, pues expresamente señaló que de ahí aflorarán más pérdidas para las entidades y, por ende, una nueva oleada de fusiones. Se incrementarán los requerimientos de capital (más todavía con respecto a los umbrales de marzo de 2011), se promulgará una nueva regulación para las cajas de ahorros (la reforma de 2010 parece ya obsoleta), y se actualizará el régimen de supervisión y regulación del Banco de España.

Los procesos de fusión e integración de entidades bancarias no podrán basarse en prejubilaciones ni apoyarse en la prestación de desempleo en los últimos años de vida laboral. Acometido lo anterior, ahí es nada, el resultado debería ser que fluyera el anhelado crédito.

El poeta Muñoz Zayas en su Tierra de Provisión (2011) escribe sobre los de fuera, que están "jurando reventar contra mi muro". Más bien creemos que, a nivel colectivo, ya carecemos de muros, o que éstos son, con los debidos matices, como los de Quevedo, "si un tiempo fuertes ya desmoronados". Hemos de ser conscientes de que en esta nueva etapa, en la que deseamos la mejor de las suertes a los que rigen la cosa pública estatal y a quienes hayan de ejecutar sus designios, nos hallamos a la intemperie, en lucha en campo abierto, con todo el peligro que ello entraña.

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