Crónica personal

Pilar Cernuda

La reprobación

LE resbala, le es exactamente igual la reprobación del Senado. La soberbia impide a Magdalena Álvarez hacer la mínima reflexión sobre la eficacia de su trabajo como ministra de Fomento. No digamos aceptar la ineficacia, eso es imposible en alguien como Álvarez, que en estos cuatro años de legislatura, y en los que ocupó la cartera de Hacienda en la Junta de Andalucía, ha dejado pruebas sobradas de que no permite que le tosa nadie y arremete contra aquel que ose poner en cuestión su capacidad.

No la reprobó el Congreso de los Diputados porque Zapatero echó mano del talonario para pagar a los nacionalistas dispuestos a poner precio a su voto, pero la mayoría del PP en el Senado colocó a la ministra en la que debería ser una pésima situación para cualquier persona con un mínimo de respeto a las cámaras parlamentarias. Sin embargo, Magdalena Álvarez, al igual que su jefe de filas, han dado un corte de manga a los senadores al decidir que el resultado de la votación les traía al fresco. Los nacionalistas catalanes cometieron un acto políticamente inaudito -por no decir algo peor- al no apoyar la reprobación, a pesar de que son ellos más que nadie los que lanzan venablos contra Álvarez desde hace meses, pero han preferido abstenerse antes que votar junto al PP. Pusieron una condición para hacerlo, una condición absolutamente inaceptable: votamos a favor si retiráis el recurso al TC contra el Estatut, mezclando de forma innoble churras con merinas, porque se votaba la gestión de una ministra, no el recurso ante el Constitucional. Como el PP dijo que no aceptaba el chantaje, se abstuvieron. Las explicaciones posteriores fueron de locos: se abstuvieron porque sabían que los votos del PP eran suficientes para reprobar a la ministra. Sin comentarios.

Si tuviera vergüenza torera, Magdalena Álvarez se iría a casa. Tendría que haberlo hecho hace mucho tiempo, cuando demostró tan sobradamente su incapacidad para ser la responsable máxima del buen funcionamiento de las infraestructuras, pero su propia forma de ser, sumada a que el presidente de Gobierno le da permanente apoyo, han impedido que la ministra presentara la dimisión.

No le importó que hiciera falta mucho dinero -70 millones de euros- para conseguir que no fuera reprobada en el Congreso, y no le importa que en el Senado haya salido adelante su reprobación. No se inmuta, nunca lo ha hecho, y eso que desde las filas del socialismo catalán claman por su marcha y, de momento, han anunciado en la Generalitat que ningún conseller está dispuesto a acompañarle en su visita a Barcelona, no quieren quemarse apareciendo al lado de una ministra detestada por los catalanes no sólo por su ineficacia sino por su carácter.

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