Apesar de que el otoño se resiste y las lluvias no llegan, el río sigue dibujando su camino limpio en una marcha, lenta la más de las veces y algo más alegre y divertida en otras, mientras sortea las piedras rápidas, pulidas y suaves de su cauce en un juego de espuma y de corrientes previsibles hasta detenerse en alguna poza de fondo cristalino.

Siempre hay un cierto orden en el río. Más o menos todo va por donde debe ir y hasta los juncos y las cañas parecen formar parte de un diseño general y de un conjunto en el que pocas cosas desentonan y todo suele estar en su sitio. Incluso en las últimas semanas y hacia el atardecer, como un detalle gráfico más, el río se llena de patos que juegan a subir contra corriente hasta que, de pronto y sin previo aviso, se dejan arrastrar entre los rápidos hasta volver al remanso de partida mientras graznan indiferentes a las miradas curiosas de los pocos vecinos que suben río arriba. Ya digo, un cierto orden a pesar de la escasez de lluvia y del miedo lejano a que alguna vez el río, si el mundo sigue así, acabe sin caudal; un lecho seco que se lleve los juncos y las cañas y esos patos que pronto volverán a su lugar de origen. En estos últimos tiempos bajo mucho al río y, con empeño de caminante sin destino, me alejo lo suficiente hasta convertir el paseo y el río mismo en una experiencia de soledad y melancolía en la que se hace sustantiva la necesidad de dejar que todo fluya. Así, paseando sus riberas, intento conquistar, como quien conquista los más arriesgados y escarpados picos de las más altas cordilleras, algo de calma, de tranquilidad y contagiarme de la serena belleza que arrastra el río en su fluir permanente entre sus dos orillas.

Y es que si no, quién podría resistir tanta vergüenza, tanta iniquidad, tanta miseria como la que rezuma el cotidiano transcurrir de la vida política en esta tierra, en esta España cada vez más herida y desangrada, en esta Andalucía cada día más gris y pobre, en esta ciudad cada día más absurda. En este esperpento cutre en el que los políticos han conseguido convertir lo que en otro tiempo fue el drama casi heroico de tanta vida entregada a hacer de nuestra tierra una tierra mejor, de tantos protagonistas anónimos o con nombre que pensaron, que pensamos, que había un futuro de dignidad en esta tierra.

Hoy, mientras paseo sereno por el río, siento que me da vergüenza vivir en este país donde la democracia se ha convertido en una cáscara vacía que solo sirve para sostener oscuros intereses, en esta Andalucía donde los políticos olvidaron su dignidad en algún congreso provincial, en esta ciudad de pandereta y gaitas.

Vergüenza me da enterarme de sus miserables aventuras, de sus juegos, de sus rapiñas. Por eso ahora, paseo por el río mientras los patos juegan.

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