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José Asenjo / Jasenjo@malagahoy.es

...tan ruda y tan dura

EL Presidente del Congreso de los Diputados en su discurso del día de la Constitución ha exhortado a no repetir otra legislatura "tan dura y tan ruda". Por lo que dice Manuel Marín, que es un político cargado de experiencia y dotado de la rara virtud de la sensatez, parece que se marche de la política como quien abandona un mundo que ha dejado de entender. Pidió en su discurso: "volver a la política con mayúsculas", "volar alto" y "abrir la puerta a la grandeza". Hermosas palabras que, tras lo acontecido en esta legislatura, tienen algo del melancólico eco de un tiempo desaparecido.

El discurso de Marín molestó a las cúpulas de los partidos, especialmente del suyo, aunque no dijo nada que no piensen la inmensa mayoría de los españoles, como la realidad se encarga de demostrar continuamente. El fracaso de la convocatoria, excepcionalmente unitaria, contra ETA tras el asesinato de dos guardias civiles en Francia, pone dramáticamente de manifiesto que PSOE y PP han logrado la hazaña de convertirse en sumandos que restan en materia antiterrorista: el poder de convocatoria del PP y sus satélites contra el gobierno es infinitamente superior a la capacidad de movilización de los dos grandes partidos contra ETA.

¿Beneficia a alguien esta espiral de "dureza" y "rudeza" política? Es evidente que no. Como muestra, un botón: en las encuestas del CIS se incluye periódicamente una pregunta sobre el grado de confianza que inspiran el presidente del gobierno y el líder de la oposición, estando las respuestas estructuradas en una escala que va de "mucha" o "bastante" a "poca" o "ninguna" confianza. Si interpretamos las dos ultimas respuestas como rechazo, Zapatero ha pasado de despertar poca o ninguna confianza en el 43 por ciento de consultados al inicio de la legislatura, a un 59 por ciento en el último barómetro. Hay que recordar que Aznar en su primera legislatura redujo en 16 puntos su grado de rechazo y tan sólo después de todo lo acontecido en sus siguientes cuatro años -guerra de Iraq incluida- incitó niveles de desconfianza similares a los que cuenta hoy el actual presidente. Y, para alcanzar parecidas cotas, Felipe González necesitó catorce años, incluyendo el purgatorio de su fin de mandato: GAL, corrupción, división de los socialistas, etc. Pero, por muy insólito que parezcan estos datos, no son nada comparados con las estadísticas del líder de la oposición, que inició la legislatura con un rechazo del 66,6 por ciento, para alcanzar en sólo tres años un abrumador 75,8 por ciento de desafectos; quince puntos por encima del arrogante Aznar de los meses finales de su mandato. Lo sorprendente es que a pesar de esta devaluación de la política, que a todos perjudica y especialmente a la propia democracia, sigan insistiendo con tanto encono en sus estrategias fatales. Aunque, lo más significativo de este viaje a ninguna parte en el que se ha embarcado la política española es que abandone el barco precisamente el único que parece ser consciente del problema.

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