Calle Larios

pablo Bujalance /

La segunda ola

NADA menos que César Alierta, ese señor que hace sólo unos días afirmaba que la crisis económica ya era historia, vino a la jornada anual de la CEDE celebrada en Málaga el pasado jueves a advertir al respetable de que la segunda gran ola tecnológica está a punto de llegar, como el milenarismo que profetizaba Fernando Arrabal en plan feo, católico y sentimental. Ríase usted de esos cacharros vetustos que llamados teléfonos móviles. Lo que nos espera de aquí a pasado mañana son coches que viajan solos, cyborgs humanoides a los que podremos confiar la educación de nuestros hijos, pantallas flexibles de grafeno y aplicaciones de realidad inventada que nos permitirán, por ejemplo, ver el Partenón in situ tal y como lo diseñó Fidias. No es cachondeo. Las gafas de Google, calcaditas a las de Terminator, se están colando ya en el mercado, así como los móviles encajados en los relojes de pulsera, en plan James Bond (uno habría preferido ver materializados los zapatófonos de Mortadelo y Filemón y el Superagente 86, que eso sí que era un invento chulo). De modo que pronto podremos ir por ahí y comprar cualquier cosa, pedir información, orientarnos y hasta renovarnos el DNI con sólo una orden de voz, sin ni siquiera tener que hacer click en plasma alguno. La vida será más sencilla, y los artilugios que contribuyan a ello se convertirán de inmediato en imprescindibles. Imagino a Stanislaw Lem frotándose las manos: pronto serán ellos, los artilugios, los que cuenten la historia. Pero todo valdrá la pena mientras el cliente tenga asegurada la comodidad.

Lo más curioso de todo esto es el modo en que el desarrollo tecnológico ha terminado respondiendo a la profecía marxista. El capital ha dejado de ser en el imaginario popular el gigante insaciable que tomó el relevo de los reyes despóticos y ha sabido transustanciarse en utilidad con una facilidad pasmosa. La segunda ola es una operación comercial perfecta: lo imprescindible no se siembra, no se enseña, no se promulga, ni siquiera se produce (al menos en los márgenes conocidos de la economía), sino que, directamente, se compra. Y sin lo imprescindible, claro, uno no va a ningún sitio. Así que, quien pueda, comprará la segunda ola. Y quien no, no podrá ya pasar por bohemio ni por cavernícola: simplemente lo tendrá más crudo para sobrevivir en un mundo en el que sólo se contratan community managers y en el que todo el personal parece feliz de regalar en las redes sociales el fruto de su trabajo. Es verdad, los ipads son cada vez más baratos. Pero los informes sobre la pobreza extrema son cada vez más graves. Menos mal que la crisis ya es historia. Y menos que lo anuncia el gran proveedor de la segunda ola.

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