El siglo largo

No podemos mantener que Tariq y Muza conquistaran España armados únicamente con nardos y laúdes

Y luego hablan del español apasionado, colérico, ingobernable. A pocos días del putsch, don Mariano Rajoy aún no sabe si lo de Puigdemont es o no un golpe de Estado; y en consecuencia, aún no sabe qué reglamento aplicarle: si el Código de Circulación o la Ley Hipotecaria. En Los Ángeles, sin embargo, han descubierto al enemigo de inmediato. Gracias al ayuntamiento de LA, nunca más volverá a conmemorarse el Columbus Day. En su lugar, los munícipes de allá celebrarán, a partir de ahora, el Día de la Persona Indígena. ¿Por qué?, se preguntará el lector ocioso. Pues porque don Cristóforo Colombo era un genocida de pronóstico y eso, como es lógico, no puede tolerarse de ningún modo.

No sin razón, Hombsbawm llamó al XX el siglo corto. Si el XIX termina con la muerte del archiduque Francisco-Fernando, el XX acaba con la caída del muro. Pero no para dar paso al siglo XXI. Sino para reeditar un XIX (el siglo de los particularismos) algo más necio y desinformado. Por insólito que parezca, no podemos mantener que Tariq y Muza conquistaran España armados únicamente con nardos y laúdes. Y en cuanto a los numerosos enemigos de Montezuma, las tribus sojuzgadas por aquel rey hiperbólico, es fácil sospechar que murieron con cierta ayuda de sus vencedores. Y qué decir de Roma, de Persia, de Alejandro, del Gran Khan, de Saladino, del Imperio de la Sublime Puerta… La Historia del mundo, entre otras cosas, es una historia de violencia. Y es el residuo, lo construido tras la destrucción, lo que llamamos cultura. Con el Columbus Day, lo que se celebra es la varia e inagotable América que conocemos y no los crímenes de aquella hora. Unos crímenes, por otra parte, que hay que valorar en su verdadero tamaño y naturaleza, para lo cual basta leer a Díaz del Castillo, quien desautoriza, por engañosos e ignaros, tanto al padre Las Casas, que luchó con él, como a López de Gomara, que hablaba de oídas.

También Chateaubriand escribe del exterminio indio -de los indios de Norteamérica-, en su novela Atala. Y no hay que andar mucho para encontrar más historias de abominación y de sangre. En cualquier caso, el mayor crimen de Colón acaso fuera su pueril fascinación por el oro. Y es el particularismo de hogaño, adánico y autocompasivo, el que se viste hoy con unas galas que no les pertenecen. Recordemos que para Hamann, padre de esta fiebre distintiva, el particularismo no era sino una forma de negar la universalidad del hombre, esa ridícula idea de los ilustrados.

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