La sinrazón

Su victoria está en el daño que produce, su éxito en el dolor que ocasiona, su gloria en las muertes que siembra

Parecía necesario esperar, no a que cicatricen las heridas, pero sí a que pudiéramos reponernos del dolor, porque no es fácil ordenar las ideas ante tanta barbarie como la que se concentró la semana pasada en Cataluña. El terrorismo no es un fenómeno nuevo; históricamente fue el recurso violento de las ideologías radicales, pero siempre nos sorprende por su irracionalidad y su violencia; en este caso aún nos ha parecido más absurdo y más macabro. El terrorismo de ETA, que tanto sufrimos, nunca tuvo justificación, pero sí pretendía una razón política. Generalmente atentaban contra instituciones y personas que para su desvariado planteamiento representaban al estado opresor. De ahí que en la mayoría de sus acciones atacaban a militares, policías, políticos o jueces. Perseguían dañar a su enemigo y buscaban el apoyo y el beneplácito de una parte de la población con la que pretendían alcanzar sus fines independentistas. Todo muy bárbaro y cruel pero con un aparente sentido.

Pero este terrorismo yihadista no encierra ni proyecto ni metas ni fines. Porque, racionalmente no pueden pretender dominar a todo el orbe e imponerle por la fuerza su peculiar y estrafalaria visión del Islam. Su pretensión es más simple y sangrienta: tan solo crear terror, castigar al hereje, maltratar a todo el que no piense como ellos, sea europeo, oriental o árabe. Su victoria está en el daño que produce, su éxito en el dolor que ocasiona, su gloria en las muertes que siembra. Es el terror por el terror, así de simple, sin pretender convencer ni buscar empatías ni apoyos ni beneplácitos.

Y ante esta sinrazón, ante esta falta de razonamiento, es difícil reaccionar. Podemos estar unidos y firmes y determinados, pero no sabemos muy bien ante qué ni contra qué. Tratamos desesperadamente de encontrar en este terrorismo un sentido para poder combatirlo, pero al no encontrarlo nuestra firmeza es un grito sin respuesta y esos meritorios gestos de solidaridad son solo la contrapartida civilizada ante un fanatismo inexplicable. Por eso, en este caso, los discursos de reafirmación, fortaleza y unidad, parecen huecos y vacíos porque no encontramos ni tan siquiera el sentido de la estrategia de tanta sinrazón. Estamos anonadados.

El único daño que puede producirnos, además del dolor y la violencia, es la tentación de buscar culpables en una raza, una religión o un país. Este sí que sería el gran logro que podíamos regalarle a los terrorista. Ojalá que nunca ocurra.

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