Letra pequeña

Javier Navas

No sólo de pan

COMER se está convirtiendo en un deporte de riesgo. No hace mucho que aparecieron en abacerías rusas de la capital botellas de refresco que llevaban impreso en las pegatinas un Naranjito. Luego vinieron la leche y asimilados chinos con sus ingredientes sorpresa. Para demostrar la pujanza de la industria alimenticia nacional, a la que a moderna no hay quien le gane, en el local de una empresa cárnica de Alhaurín el Grande habían dejado 5.000 kilos de carne propias para que los encontrase la Guardia Civil; pollos y longanizas amontonados, tirados por el suelo, con etiquetas en lenguas sólo un poco menos muertas que el producto etiquetado, hamburguesas a las que hubo que torear antes de ser requisadas y caracoles congelados más solícitos que sólo hicieron correr un poquito. Bendice, Señor, los alimentos que vamos a tomar.

Al menos podemos decir que entre malagueños comer es un deporte de riesgo. Porque no demasiado lejos es un deporte de elite. Países donde los hambrientos no se andan con remilgos sobre la fecha de caducidad de las croquetas congeladas: cuando tienen una caja a su alcance se las jalan sin descongelar. Y sin sacarlas del envoltorio. Las campañas de solidaridad enarbolaban una cifra mágica, el 0´7%, es decir, el porcentaje del negocio total de cada país rico que habría que destinar a países pobres para que levantaran cabeza. El número se ha convertido en el tótem de la tribu del buen rollo, pero en nada más. Desde que se hicieron las cuentas hasta hoy, la cantidad de dinero que los países desarrollados necesitarían aportar ha crecido. El Alcalde de Málaga propone ahora otra cifra: el 1%. Pero es un porcentaje de "solidaridad tecnológica". Que no es lo mismo.

Ese 1% se sacaría de los gastos y acuerdos comerciales relacionados con las nuevas tecnologías de entidades locales públicas. Y engordaría un Fondo de Solidaridad Digital que se invertiría en países que lo necesiten para tramar sus propias redes de comunicación. En el Fondo participan las cincuenta y tantas instituciones representadas en la reunión del Palacio de Ferias que firman la "Declaración de Málaga", cuyo rasgo común es el vínculo con el Mediterráneo (en sentido elástico: participan ciudades sin una recachita de playa).

Lo de las tecnologías de la información en lugares donde apenas se sabe leer parecerá un capricho, pero no lo es. Empezando por las aplicaciones económicas. Un teléfono móvil puede convertir a un labrador en un empresario autónomo si sabe en qué mercado le van a pagar mejor su esfuerzo. El intercambio de dinero de terminal a terminal sale menos gravoso que hacerlo a través de un banco. Y todavía no hemos hablado de internet. Y tampoco hablaremos de las consecuencias políticas y culturales de crear comunidades nacionales y más que nacionales. Pero de momento conformémonos con sentarnos a la mesa. A ver si nos echan algo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios