el prisma

Javier / Gómez /

La suerte y el trabajo

EN ocasiones la casualidad, la carambola y la suerte son los mejores aliados para dar en el clavo. Hace algo más de una década, al plantearse el plan del puerto, Málaga decidió apostar por el ocio y los contenedores. Se diseñó un enorme muelle de mercancías, con una extensión de unas 40 hectáreas y un impacto visual brutal: la bahía nunca volvería a ser la misma. La obra pasó todos los trámites ambientales de forma tan discreta como sorprendente, aunque dejaría sin arena la playa de Huelin y las grúas competirían con la torre de la Catedral en la postal de la ciudad. Para proteger esa superplataforma portuaria hubo que ampliar el dique de Levante, el conocido Morro, más de un kilómetro mar adentro. De esa obra de abrigo supeditada a los contenedores, una apuesta fallida tanto por la crisis como porque Maersk prefiere el nuevo puerto de Tánger-Med y los precios de Marruecos, surgió el gran éxito reciente de Málaga: el turismo de cruceros. Con un trabajo paciente de años, mientras las tormentas de los muelles uno y dos no paraban de darle disgustos, la Autoridad Portuaria, personificada en Enrique Linde, ha logrado, con el apoyo de los responsables de Turismo del Ayuntamiento y la Junta, lo que parecía una quimera: convencer a las navieras para que Málaga sea base de esos hoteles flotantes.

Y el trabajo realizado para reforzar la oferta cultural y de ocio, con un centro histórico peatonal, dos museos de primer nivel como el Picasso y el Thyssen, los monumentos al fin restaurados y una carta gastronómica de primer nivel, ha conseguido otro imposible: cautivar a los cruceristas para que no salgan hacia la Alhambra nada más bajar del buque. La asociación con el monumento granadino, del que somos puerto, ha sido otra de las claves para que seamos envidiados por numerosas ciudades. La suerte hay también que trabajarla.

Pero todavía queda mucho por hacer. Hace unos días, el empresario Miguel Rodríguez, uno de los promotores del Muelle Uno, hacía un diagnóstico certero de algunos de los problemas del sector. No se trata sólo de que los comercios se resistan a adaptar sus horarios a los cruceros. Pese a vivir del turismo y del sector servicios desde hace cuatro décadas, en Málaga cuesta encontrar camareros y comerciantes que hablen inglés. El francés y el alemán mejor ni tocarlos. La Escuela de Idiomas sigue siendo la hija paria de la Consejería de Educación. Todos los años se queda sin plazas y sin inversión. Resulta absurdo, e inaceptable, que no haya dinero para una nueva sede y más profesores, que no esté asociada a esa Universidad de la excelencia, que no sea una prioridad entender a nuestros clientes. It's outrageous!

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