El suicida imaginario

Puigdemont tiene la tentación de pasar a la historia junto a Macià y Companys, con tres 'independencias': 31, 34 y 17

Puigdemont ha pretendido ser un astuto Brighella, pero le falta finezza italiana. Y ha acabado como el Argán de Molière, un hipocondríaco con tendencia a exagerar sus sufrimientos y los males que sufre su pueblo. Es la cruz del nacionalismo catalán; la maestría de su victimismo. La cara de la moneda es su supremacismo. Ya ha establecido que hay un pueblo catalán auténtico, que es el que le sigue. Los demás, como zanjó la presidenta del Parlament, sencillamente no son catalanes. Falta finura.

El president confunde: parece que amenaza con su suicidio político. Pero es un suicida imaginario, que no acaba de creérselo. Pretende dar gravedad a sus movimientos, pero su media sonrisa tímida, su andar inseguro, le restan esplendor a la escapada. Se rodea de curanderos, ERC en primeras nupcias y la CUP en segundo matrimonio... Borrell predijo que los suicidas evitarían la tragedia, pero la comedia continuaría. Discrepo. Estos nacionalistas catalanes no tienen sentido del humor alguno. Ni italiano, ni francés, ni español.

Descalifican a los disidentes como fascistas, fachas, franquistas o falangistas, todas con efe. Falta fineza y vocabulario. La última vez en el Congreso cuando el convergente Campuzano llamó "falangista" a Rivera. Insulto gratuito. Le espetó que se parecía a los falangistas que entraron en Barcelona en el 39. El jefe de Ciudadanos pudo contestarle que entre los falangistas que entraron en Cataluña en el 39 y el 40 estaba el abuelo franquista de Puigdemont, refugiado durante la guerra en la provincia de Cádiz. Y que entre los falangistas catalanes de aquellas horas estaba Juan Antonio Samaranch, a quien Barcelona debe los Juegos Olímpicos del 92.

En el memorial de agravios del franquismo a las demás regiones, se podría colocar que el dictador en vez de poner la Seat en Córdoba, Vigo, Zaragoza o Valladolid, decidió que se instalara en Barcelona. Lo que supuso un potente auge industrial en la zona. Pero el pasado es ya material de propaganda. Ahora todo el mundo se pregunta qué va a pasar el lunes. Nadie lo sabe. Depende del suicida imaginario. Puigdemont está encantado de haberse conocido. Y tiene la oportunidad de verse en los libros de historia por encima de Tarradellas, Pujol o Mas. Su tentación es formar parte del trío de presidentes que proclamaron la independencia de Cataluña, como Macià en el 31 o Companys en el 34. Además de finura, falta pudor.

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