Nunca es tarde

El alcalde ignoraba la ley, se guiaba por su olfato y el catarro moral no es delito; la pureza de espíritu desentonaría en la cárcel

Si Julio José se enorgullece de no ser de leer libros -su inteligencia se la ha dado Dios y los hombres no la mancillaron-, quién va a pedirle al alcalde de Alcaucín que se lea las normas urbanísticas. De haberlas revisado su delito sería prevaricar, pues prevarica el que comete una injusticia a sabiendas; y el alcalde se dejaba llevar por su olfato. El catarro moral no se considera delito, habrá que absolverlo, la pureza de espíritu desentonaría en la cárcel, incluso la inhabilitación para la vida política está fuera de lugar. Puestos a capar políticamente a alguien habría que rastrear los votos que colocaron a este santo varón en la sentina del Ayuntamiento y luego quitarle a mucho vecino todo lo que se parezca a una papeleta, incluidos los décimos de lotería.

El alcalde se defiende en el proceso alegando un alma iletrada. El Código Penal no sanciona a nadie por inutilidad en el desempeño de cargo público. Se considera antidemocrático, creo. Un fontanero, una economista, un enterrador o un cirujano plástico responden por su trabajo. Si la tubería estalla, la economista provoca desaceleraciones económicas, al enterrador se le escapa uno vivo o el cirujano opera la teta equivocada les cae la mundial. En cambio un alcalde -tan solo comparte su privilegio con el profesor universitario- puede acabar la legislatura sin haber dado una a derechas y presentarse a otros cuatro años, que igual sale el tío. Los funcionarios a sus órdenes entienden el negocio mejor que él, hasta quien entró en la nómina de personal por su grado de parentesco, pasado el tiempo, termina pillando los mecanismos. A su jefe le falta paciencia, se tira la mañana de la casa consistorial a la sede del partido, de ahí a la Diputación y de ahí a la Mancomunidad. Se alimenta de las croquetas mal descongeladas de los actos oficiales y su mujer solo lo ve en la página de Facebook del gabinete de prensa, con alguna cara conocida y algún cara conocido. En ayuntamientos pequeños el alcalde es más bien mascarón de proa, la cara de la institución; y rinde cuentas por ella: debe saber que a quien da la cara, se la parten.

Los beocios de Marbella, que te firmaban una licencia igual que una foto dedicada, crearon escuela, la única que ha aprovechado el alcalde de Alcaucín. Le faltaba tiempo para lecturas, pero nunca es tarde; como le caigan los 226 años de trena que le pide el fiscal, en algo se tendrá que entretener.

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