calle larios

Pablo Bujalance

El traje nuevo del emperador

EXISTE la tentación fácil de comparar el asunto del Museo Thyssen con el cuento del traje nuevo del emperador: el alcalde creyó lucir las prendas más espléndidas cuando resulta que estaba desnudo. Pero no, cuando De la Torre insistía en que todo el empeño de traer los cuadros de la baronesa obedecía al beneficio de los ciudadanos, y no al suyo propio, tenía razón. Es decir, que los que se han quedado en pelotas son quienes se hacían la ilusión de tener un museo con una gran colección de pinturas del siglo XIX y en el que se pudieran ver además cuadros de Van Gogh y Sorolla en exposiciones temporales. Pero el alcalde admitió ayer que la cesión de los cuadros de la colección aún no ha sido firmada, mientras quedaba de manifiesto que el Patronato no puede asumir el coste de las otras muestras. Es decir, que tener, en firme, no se tiene nada. Subrayo lo de tener porque creo que, en el fondo, en esto se encierra el quid de la cuestión. Carmen Thyssen ha recordado siempre que ha podido, especialmente a la hora de invocar su autoridad respecto al funcionamiento del museo, que los cuadros son suyos y que hace con ellos lo que le da la gana. Y tiene toda la razón del mundo. Pero, ¿de quién es el museo? ¿También de la baronesa? ¿De la ciudad? Si los cuadros son de la mentora, ¿a quién pertenecen, o pertenecían, los 30 millones de euros invertidos? ¿Qué pinta el Ayuntamiento en todo esto si ni siquiera la baronesa ha firmado todavía la cesión? El problema nace de una confusión en torno a lo público: todo se ha resuelto como un matrimonio de conveniencia entre Carmen Thyssen y Francisco de la Torre, pero ¿en qué medida el segundo ha representado a los malagueños? No basta con desear lo mejor para la ciudad, hay que defender su posición y su derecho a tener, no sólo a admirar. Así es: el alcalde ha vestido a Málaga con un vestido de perlas que, en realidad, no es nada. Y la desnudez se traduce en vergüenza. Mejor es ir tejiendo poco a poco.

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