Manías

erika Martínez

Estados de transición

NO hay nada más complicado que una transición. Vivimos instalados en nuestro estado actual: unas veces resistiéndonos al cambio, y otras pensando ya en lo que se viene. Desdeñamos a menudo, sin embargo, lo que queda entre estado y estado, como si los periodos de transición fueran menos reales, o utilitarios, como si no fueran presente. Un viaje en coche, una estación de trenes o un aeropuerto son periodos de transición y, como todos hemos podido comprobar, son también periodos de crisis. Es fácil atribuir al otro (en pareja, con amigos o en familia) el pequeño infierno que desatan las equivocaciones, las prisas y los imprevistos. Cualquiera que viaje por su cuenta sabe que la soledad no es inmune a ese infierno.

A mí, personalmente, se me dan fatal los aeropuertos. En mi última visita a Barajas, tuve que pasar el control internacional de pasaporte hasta en cuatro ocasiones. Me equivoqué, buscando mi rumbo, en todo aquello en que era posible equivocarse. Arrastré mi maleta facturable, con sus tijeras y sus líquidos inflamables, con sus botellas de aceite y sus lociones hidroalcohólicas, por todo tipo de escáneres de equipaje, por lugares donde solo era posible pasar con una bolsa de mano, sin que nadie dijera nada. Tampoco la policía, que chequeó una y otra vez mi pasaporte en un bucle grotesco. Si hubieran hecho un seguimiento por satélite de mis movimientos aquella noche, habría sido la persona más sospechosa de la historia del aeropuerto. Tenía una neurona puesta en el trabajo terminado y otra en las vacaciones por llegar. En medio, nada.

No es posible quitarse de encima un estado de transición. Y puede que, a nivel histórico, estemos viviendo uno de ellos. Comportarse como si fuera posible sacudirse la crisis, como si ella misma fuera una realidad subsidiaria, no puede hacer más que empeorarla. No se trata, por supuesto, de celebrar sus miserias, sino más bien de sentarse a pensar cómo queremos que transforme nuestra lógica, la manera en que concebimos lo público y la política, para participar en su rumbo sin que nos pase por encima. Visto con un poco de distancia, cada presente tiene algo de aeropuerto, carretera, estación de autobuses: es un estado de transición. Estamos siempre, todos juntos, en marcha.

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