Un triste paseíllo

Desde hace años ya no se aporta ni una sola idea razonada, basta con repetir un par de consignas movilizadoras

Los primeros pasos pueden resumirse así: muchos catalanes se sentían frustrados, maltratados y sin apenas posibilidades de afirmarse en su cultura. Entonces, una serie de flautistas embaucadores captan lo mucho que puede beneficiarles esa situación de descontento, y les convencen de que ellos tienen la llave para solventar esas carencias: independizándose de España. Era evidente que las carencias de esos catalanes no eran mayores ni distintas a las padecidas por asturianos, extremeños o andaluces, pero la secta que vendía el bálsamo salvador, percibió pronto que su supervivencia política dependía de acentuar el señuelo de su engaño: "Una vez separados del Estado español, la Arcadia catalana (que tanto merecemos por ser catalanes) podrá realizarse". El siguiente paso importante lo emprendió Jordi Pujol, consiguiendo el control ideológico de la Gran Enciclopèdia Catalana y el económico de la Banca también Catalana. La primera le permitió captar, para sus páginas, el equipo intelectual necesario para inventarle una justificación histórica a la Arcadia reivindicada. Y la segunda, la banca, aportaría el dinero para sufragar los gastos de los que fueran integrándose en la secta.

Este segundo paso fracasó, en principio, al quebrar la banca, pero el mismo esquema, Pujol supo transportarlo al gobierno de la Generalitat, tras ganar las elecciones. Pudo captar asesores y funcionarios que, con la nueva situación política, eran pagados con el dinero público de las instituciones catalanas. A medida que fueron surgiendo más banderas, las ideas ya no se hicieron necesarias, porque gran parte del funcionariado había sido elegido por ser adictos a la causa, y por tanto el nuevo régimen contaba con un pilar seguro e inamovible. Desde entonces, cauta y astutamente, se han programado los pasos que culminaron en el patético paseíllo independentista, previo a la entrada, el lunes pasado, en los juzgados de Barcelona. Desde hace años ya no se aporta ni una sola idea razonada, basta con repetir un par de consignas movilizadoras. Lo determinante es la existencia de miles de clérigos de la secta, bien pagados y conjurados, que saben que sus cargos dependen de sus aplausos. Y esa clerigalla nacionalista y excluyente la forman miles y miles y no van a cejar. Por eso, el patético paseíllo de los procesados -aunque mero espectáculo, carente de convicciones- nos afecta, porque resulta triste que media España esté pendiente de unos señores que -aunque envueltos en banderas- lo que realmente quieren es mantener su negocio.

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