Por encima del que hoy une la plaza de la Merced con el Parque existe un viejo túnel, desde hace años sin circulación. Carente de atractivo arquitectónico, para los adolescentes de mi época encerraba un irrepetible secreto: su eco. Éramos un grupito reducido de amigos y amigas que empezábamos a culturizarnos en música y bell canto. El Cervantes ofrecía anualmente una temporada de zarzuelas a la que el grupito era asiduo. Capitaneados por Titi y Pepa Canales, no faltábamos, pero lo interesante venía luego: armados de Oranges de naranja y el imposible Orange de limón, después del espectáculo, trasponíamos al túnel para allí, libres de complejos y miradas y con la preciosa ayuda del eco, cantar de nuevo lo oído con libertad de expresión y estilo. Eran fantásticas, por lo lírico o por lo cómico, nuestras improvisaciones. Después de mucho gritar como solista o en coro, de madrugada volvíamos a casa convencidos de lo que se perdía la zarzuela sin nuestras voces. El acercamiento a la cultura tiene pasos inescrutables... ¡Qué tiempos!

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