por montera

Mariló Montero

El único beso de Mark

NADIE es indiferente a una buena historia. Por eso, estoy segura de que esta columna le hará pensar. Algunas noticias me enfadan, o me mueven al desasosiego, o me provocan esperanza. Esta aun no sé con exactitud qué me provoca. Quizá una amalgama de sentimientos contradictorios. Juzgue usted mismo.

La ha publicado el New York Daily News y ha sucedido hace unos días en Dallas, EEUU. Diane Aulger tiene 31 años y a mediados de enero apuraba las horas para salir de cuentas, porque el día 29 estaba previsto que naciera su hija, Savannah. Pero Diane no aguardaba feliz ese instante. Porque en el hospital, Mark, su marido, se moría. Le habían diagnosticado cáncer de colon y después de la quimioterapia el tumor parecía haber remitido; sin embargo, el cangrejo mortal es traicionero, y se reprodujo en el pulmón. Los médicos bajaron los brazos. El asunto estaba avanzadísimo. Mark se encontraba en estado terminal. Y, de hecho, el 16 de enero le comunicaron a Diane que era cuestión de días, de muy pocos días. No llegaría a una semana. Y los médicos aciertan. A pesar de que Savannah iba a nacer a finales de mes, él no llegaría a conocerla.

Pero la madre no quiso que su marido se marchara sin ver un último fulgor de la vida. Lo acordó con el doctor, que estuvo de acuerdo, adelantó el parto y, en efecto, la niña nació el día 18. Sanísima. Y a tiempo.

Ese mismo día las postreras fuerzas de Mark sirvieron para sostener a su hija, reventona y sonrojada, de anuncio, como es propio de los nenes que nacen por cesárea, aquella ley del César de los romanos. Cuarenta y cinco minutos la sostuvo en sus brazos, en el lecho del hospital en el que agonizaba con respiración asistida y llevado por los vapores de los analgésicos. Diane cuenta que Mark no dijo nada. Que sólo lloró todo el tiempo, mirando el retoño que le tomaba el testigo.

Los dos días siguientes, su agotamiento no le permitió más que sostenerla un par de minutos. Y al tercer día cayó en un coma definitivo del que ya no despertó. El 23 murió.

No sé por qué lloraba Mark. Aún no lo sé. No sé si era pena, por no tener oportunidad de disfrutar de su familia y de ese bebé empezando a revolucionar el mundo a su alrededor. No sé si lloraba de alegría, asumido ya su adiós, y por tanto con la satisfacción serena del que se va con el deber cumplido y un regocijo que no esperaba ya. No habrá respuesta a mi duda. Pero me gusta pensar que durante los instantes en los que Mark se sumergía en el coma definitivo… lo hizo en paz, feliz al saber que Savannah ha quedado al cargo de una mujer como Diane, una mujer que le ganó al tiempo para que él pudiera besar a su hija. Aunque el primer beso y el último hayan sido el mismo.

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