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Carmen Calleja

El velo de... la embajadora

LA nueva embajadora española ante el Vaticano presentó sus cartas credenciales. Ataviada de mantilla y traje negro, prendía en su pecho dos condecoraciones, bajo la forma, optativa, de dama. La embajadora había optado por lucir sus condecoraciones con el lazo añadido que las normas permiten cuando quien la ostenta es mujer. También había elegido la embajadora su vestimenta. Estaba espléndida: elegante, señorial y castiza. Pero esto ya no es una opción sino una transgresión.

Los embajadores de carrera tienen un uniforme: el artículo 39 del Reglamento Orgánico de la Carrera Diplomática establece que el modelo oficial de uniforme de la Carrera será determinado por Orden. La Orden Ministerial de 3.10.03, firmada por Abel Matutes, ministro del PP, describe el uniforme femenino: "Consta de una chaquetilla corta confeccionada en estambre de lana azul oscuro. El cuello, de 4 centímetros de ancho, tiene el mismo diseño y bordados que el del uniforme masculino. La pechera se cerrará con siete botones dorados grandes con el escudo constitucional. Los cantos del delantero irán bordados con canutillo y serreta. En las bocamangas, realizadas en paño rojo, se realizará un bordado de 8 centímetros de alto y 12 centímetros de ancho con canutillo, serreta, palmas y hojas de roble, con un botón dorado pequeño en el ángulo que forma la costura del codo con la bocamanga. La falda, larga hasta los tobillos, se confeccionará con el mismo género que el de la chaquetilla y tendrá forma de tubo, con una abertura larga para facilitar el paso. El calzado será de color negro".

El decreto citado ordena: "Será obligatorio el uso de uniforme en los actos de servicio".

Visto lo anterior, cabe preguntarse por qué la embajadora no usa el uniforme de su carrera en un genuino acto de servicio como la presentación de las cartas credenciales. La embajadora se cubre la cabeza ante el Papa, como si fuera la periodista que entrevista al presidente de Irán. Considero a este Papa un intelectual de prestigio, así que más me parece una ofensa equipararlo a Ahmadineyad. De hecho Benedicto XVI ha recibido a las presidentas de Chile, de Suiza o de Lituania y ninguna cubrió su cabeza. Hasta la muy conservadora Merkel lo recibió en Múnich con la cabeza descubierta. Ellas no tienen uniforme pero sí cargo público. Por eso no usan la mantilla que sí suelen ponerse las señoras de dignatarios, ya que éstas no ejercen oficio público.

Casos como éste echan por tierra décadas de lucha por la igualdad, porque una imagen petrifica iconos discriminatorios más que mil palabras. El Concilio Vaticano II hizo desaparecer el velo en la mujer pero la embajadora Figa es más papista que el Papa. Nos retrotrae en el tiempo.

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