El Manchester Arena, tras la tragedia del lunes, entra en el mapa negro del terrorismo yihadista en Europa, amplio a estas alturas. Un atentado más teledirigido como tantos por los radicales y orientado a aterrorizar a la población con el máximo efecto propagandístico posible. El despiadado criminal, según las investigaciones, era un joven de 22 años de nacionalidad británica y nacido allí. O sea, con nacionalidad de pasaporte, formal, que no real, pues el hecho de que perpetrase tal sangría en un espacio repleto de menores demuestra que para nada estaba integrado en la sociedad en la que nació. Bien al contrario, se había dejado caer en las redes iluminadas del yihadismo hasta el punto de quitarle todo el valor a su propia vida y a la de los pequeños a los que premeditadamente asesinó, sus presuntos compatriotas. Una muestra más, como tantas veces, de la errática política que los países occidentales están llevando en Oriente Medio y de la inutilidad profunda de sus estúpidas y fantasiosas políticas migratorias. Ni allí resolvemos conflictos, los agravamos, ni aquí logramos que miles de inmigrantes de origen musulmán acepten como propios y defiendan los valores de las sociedades occidentales y de nuestra tradición democrática, la cual utilizan a su antojo. Algo que no es ampliable al conjunto de los musulmanes, pero que sí que afecta a numerosas comunidades radicadas aquí que no mueven ni un puñetero dedo para acabar con esta lacra y que se conforman con condenar los atentados y mirar beatíficos para otra parte. De ellos más que de nadie depende que no ocurran crímenes como el de Manchester, pero creo que no los verán nuestros ojos señalarse valientes en la lucha contra la yihad. Occidente debe por tanto activarse y no a lo baturro como Trump sino con políticas de muy diverso tipo que estimulen la pacificación y dignificación de Oriente Medio y fomenten el control de los grupos de población radicados aquí pero desafectos con las normas básicas de convivencia y con la realidad occidental. Ni el buenismo visionario ni ultranacionalismo periclitado lograrán aplacar esto, y tan sólo lograrán el caos y la derrota. Porque hablamos de un problema complejo que necesita de respuestas incómodas, también complejas. Y de paciencia también, porque el yihadismo sangriento y publicitario va para largo y acabará por ser parte, ya casi lo es, de una anómala normalidad. No será cuestión de dos días, no. Ya quisiésemos. No creo tampoco que en esto vean nuestros hoy doloridos ojos el final.

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