No hay piedad, no hay excepciones, no hay humanidad. Todos los que no pensamos como ellos nos hemos convertido en el centro de la diana, en el objetivo de sus más crueles y despiadados pensamientos.

Ya ni siquiera los niños, los más pequeños de la casa que poco saben ni les importan quienes son esos desalmados capaces de ataviarse con un cinturón de explosivos y hacerlo detonar cuando disfrutaban de su ídolo con la más tierna e inocente ilusión, se libran. Hasta ahora parecía, no sé si por casualidad o no, que había algún límite moral que había salvado a los niños del terror, pero el lunes quedó claro que nadie está libre de esta locura.

Advierten que lo peor está por llegar, que lo que se avecina será aún más duro que el horror que llevamos años sufriendo en Europa por parte de los que enarbolan la bandera de la venganza, el odio, la intolerancia y la crueldad extrema para defender en lo que creen. Pero deberían saber algo y es que no nos van a atemorizar porque llevamos muchos siglos construyendo una sociedad libre, segura y civilizada como para que pretendan acabar de un plumazo con todo eso aquellos que precisamente han sido acogidos por ella.

La "guerra" debe librarse en otras esferas y que sean los gobiernos y estamentos los internacionales los que pongan solución a un conflicto que ya ha derramado demasiada sangre. Pero el campo de batalla no puede seguir siendo salas de conciertos, iglesias, restaurantes o calles de nuestras ciudades, donde gente inocente que poco o nada tienen que ver con las decisiones que otros toman terminen pagando con su vida las consecuencias de este sinsentido.

Defienden sus sanguinarios actos como una venganza contra los infieles en una guerra que ninguno de nosotros ha elegido. Luchan contra víctimas desarmadas e inocentes que simplemente cometen el error de estar en el sitio equivocado en el momento equivocado. Celebran cada muerte como un macabro trofeo y exacerban su odio dando forma a la planificación de cada barbarie que no entra en la cabeza de nadie en su sano juicio. Ese es el terror con el que quieren que vivamos y sintamos cada vez que salgamos a la calle, pero se equivocan si creen que nos vamos a dejar amedrentar porque al final tiene que vencer la razón y la paz.

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