Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

La vida por detrás

Cientos de miles de nuestros mayores sólo poseen la libertad del pobre, del que lo ha perdido todo, o casi

Tal y como afirma la propaganda oficial, las pensiones crecen y ya alcanzan niveles de escándalo: casi cinco millones de jubilados, más de la mitad del total, reciben una cantidad inferior al salario mínimo, cifrado en 707 euros. Si consideramos que un millón de esas personas ni siquiera obtiene 350 euros mensuales de retribución, y le sumamos los desempleados, los trabajadores pobres que no llegan a fin de mes y los jóvenes condenados al exilio económico, resulta que habitamos en un país rico repleto de desgraciados. El Gobierno, sin embargo, no atina a cuadrar las cuentas, ha roto la hucha para pagar la extra de Navidad y ha dejado el fondo de reserva a punto de extinción para el próximo verano. ¿Problema? Ninguno. Cuando se agote recurrirá a la emisión de deuda pública, con lo que pudiera darse la paradoja de que las entidades financieras recibieran gratis, o a menos del 0,1%, dinero del BCE sufragado por todos y compraran bonos estatales recompensados con dos o tres puntos más. Se cuadraría así el círculo que vendría a convertir la vejez en un asco y en un enorme negocio al mismo tiempo.

Los ancianos, los mismos que con su trabajo contribuyeron a levantar el país en que ahora se hunden, están siendo maltratados con saña. Frioleros, torpes, lentos, achacosos, muchos de ellos amortecen en pisos ruinosos, duermen en camas desvencijadas, comen en mesas con una pata coja y sobreviven aterrorizados por un corte de luz por impago y pendientes de un teléfono que rara vez suena, de un timbre al que nadie llama, de una puerta que nadie toca. Esos seres que, parafraseando a Pasternak, fueron hombres y mujeres y ahora son épocas, resisten con un salario añejo y pluscuampasado en un mundo que identifica la felicidad con el consumo y las compras compulsivas. Y contemplan estupefactos los televisores en los que economistas de la misma cuerda y corbata hacen cuentas, los reducen a números con los que elaboran impecables estadísticas y les explican que no importa lo que hayan cotizado, que el sistema quiebra, que no hay gente ni dinero para devolverles su esfuerzo y sustentarlos dignamente.

Cientos de miles de nuestros mayores sólo poseen la libertad del pobre, del que lo ha perdido todo, o casi. La de aquella señora que, tras una guerra y una vida atemorizada en la que ocultó obstinadamente sus inclinaciones políticas, esperó a cumplir los 107 años para confesar a un periódico de provincias: "Sí, soy de izquierdas… y, ¡si me quieren matar, que me maten!".

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