ME siento liberado. Ya no soy objetivo electoral. En un arranque de decisión me he acercado a la oficina de Correos y he depositado mi voto. A partir de este momento la campaña, que lo inunda todo, ya no es para mí. No ha sido tarea fácil. He tenido que elegir una papeleta blanca para el Congreso de los Diputados entre 21 candidaturas. En algunas había nombres de amigos o conocidos. Otras, ni siquiera sabía que existían: Familia y Vida, España 2000 o el PUM+J (Por un mundo más justo). La selección para el Parlamento de Andalucía (papeleta verde) ha sido más sencilla. Tan sólo 11 candidaturas y con denominaciones poco sorprendentes. La del Senado, tipo sábana y con 32 aspirantes a la Cámara Alta, se me ha antojado el juego de la oca.

Ejercido mi derecho y cumplida mi obligación ciudadana me ha dado por pensar en los indecisos. En aquellos que se situarán frente a la excesiva variedad de opciones, pero que no terminan de elegir entre unos y otros. No vayan a pensar que son pocos. Según los sondeos publicados, cerca del 30 por ciento de los electores, que son más que un puñao, es decir más de 10 millones de potenciales votantes en toda España, a fecha de hoy, no saben a qué carta quedarse. Pero hay datos más llamativos. Hurgando aquí y allá concluyo que teniendo en cuenta la intención directa de voto, el único dato científico que se puede extraer de las encuestas, resulta que a estas alturas de la película sólo el 30 por ciento de los posibles electores dice que ya tiene completamente claro lo que va a votar.

Otro elemento esencial para intentar saber en qué sentido hablarán las urnas el 9-M es la participación. Cuanta más haya, más posibilidades de éxito para el PSOE. Cuanta menos, ventajas para el PP, con una clientela más fiel, y para las pequeñas formaciones, que se benefician del reparto de los restos de la complicada regla que regula el sistema proporcional. En las generales de 2004 el 71,9 por ciento de los electores acudió a votar en la provincia, y eso que había una gran motivación por las especiales circunstancias que rodearon la jornada electoral. En 2000 votó el 65,02 por ciento; el 74,85 en 1996; y el 73,05 en 1993. Otros datos sobre las más recientes intervenciones del electorado malagueño, indican que en las últimas legislativas 13.022 electores depositaron su papeleta en la urna en blanco y 4.020 haciendo alguna tachadura o escribiendo cualquier lindeza, por lo que sus votos fueron declarados nulos.

En definitiva, a la vista de la ristra de datos ofrecidos, el quid de la cuestión para aproximarse al probable comportamiento de los malagueños en su cita con las urnas, estaría en buscar similitudes en los escenarios de las diferentes convocatorias con el actual. El de 1993 podría ser el más parecido. Aunque todo es cuestión de la famosa tensión.

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