Combatir el calor en la escuela de forma sostenible

O empezamos a tomarnos en serio la climatización sostenible de los edificios públicos o lo lamentaremos en un futuro no lejano

Pese a que todos los estudios científicos coinciden en señalar que Andalucía será una de las regiones de Europa más castigadas por el cambio climático, nuestras administraciones parecen hacer oídos sordos y no terminan de comprender que hay que ir preparándose para afrontar en las próximas décadas una subida considerable de las temperaturas medias, con episodios puntuales -olas de calor- que serán incluso más severos que los que padecemos actualmente. Recientemente ha saltado a la palestra mediática la queja de padres de alumnos andaluces por el elevado calor que hace en unas aulas que, a todas luces, no están preparadas para un verano que, en nuestra tierra, comienza a principios de mayo y no finaliza hasta bien entrado octubre. Razón no les falta, pues la temperatura en las aulas puede llegar a alcanzar entre los 30 y 40 grados, lo que evidentemente imposibilita tanto la labor pedagógica de maestros y profesores como la actitud atenta y proactiva de los escolares. ¿Alguien se imagina que en la provincia de Soria se celebren clases en aulas sin calefacción en pleno enero? Pues algo parecido está ocurriendo en muchos colegios andaluces, pero justamente al revés.

Ahora bien, ¿cómo hay que combatir el calor en las escuelas y, en general, en los edificios públicos? Evidentemente, no puede ser a base de implantar en todas las escuelas un aire acondicionado, ya que este sistema no sería lo mejor ni para la salud de los estudiantes ni para la sostenibilidad del modelo (aumentaría las emisiones y sería extremadamente caro). No negamos la posibilidad de que, en casos concretos, se acuda a esta tecnología para paliar casos urgentes y dramáticos, pero la Administración tiene que ir mucho más allá y diseñar un ambicioso plan a largo plazo para combatir, de forma sostenible, el calor en las aulas. Hay que mejorar el aislamiento de las construcciones, la bioclimatización con elementos como árboles apropiados para estas latitudes y el uso inteligente del agua, la generación de sombras con elementos no vegetales (como los toldos), la racionalización de los horarios y un largo etcétera.

Estos planes no deberían ser exclusivos de las escuelas y habría que extenderlos a todos los edificios de las administraciones públicas. No es una cuestión baladí. O empezamos a tomarnos en serio la preparación de los espacios y edificios públicos para afrontar el cambio climático o podremos lamentarlo en un futuro no tan lejano.

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