Tribuna

Alfonso lazo

Historiador

Domingo de playa

Acertó André Malraux al escribir que el siglo XXI sería de necesidad un siglo religioso. Hoy ya lo estamos viviendo; para bien o para mal, según los gustos y según sea la religión

Domingo de playa Domingo de playa

Domingo de playa

Domingo de agosto es el título de una de las novelas de Patrick Modiano, Premio Nobel de Literatura en 2014. Quienes leen por primera vez alguna de sus breves narraciones quedan enganchados para siempre y terminan leyéndolas todas. No es frecuente que el jurado del Nobel, cada año más concorde con la corrección política y el pensamiento obligatorio, sea tan certero como lo fue al premiar a ese maravilloso autor francés.

Cuando el verano aprieta, siempre me gusta recomendar a los amigos un par de libros; no aptos, desde luego, para leerlos en la playa los domingos sino para quedarse ese día en la terraza del apartamento o del hotel y, entre página y página, echar un vistazo a las multitudes que pasan en oleadas con sus bagajes. Nada tan relajante entonces como las novelas de Modiano de las que toda estridencia se encuentra ausente: lentos misterios no resueltos, pasados imprecisos y una difusa nostalgia que no se atreve a decir su nombre; un estilo que nada pierde con la traducción al español. Una serena belleza.

Pero si queremos algo más denso para pensar largo rato, por qué no algo de la Historia de las Religiones. Acertó André Malraux, que no solía acertar casi nunca, al escribir que el siglo XXI sería de necesidad un siglo religioso. Hoy ya lo estamos viviendo; para bien o para mal, según los gustos y según sea la religión. No podía ser de otro modo. Dicen los neurólogos que en una parte precisa del cerebro anida el sentimiento de lo trascendente. Resultado de la evolución o de la huella de una deidad, lo cierto es que la especie humana no puede prescindir de la numinoso; si éste desaparece es sustituido por sucedáneos horribles: comunismo, nazismo, nacionalismos, echadoras de cartas, videntes, teólogos de la Iglesia Verde…

Hay obras apasionantes publicadas por la Escuela de la Historia de las Religiones. El no creyente encontrará en ellas el origen y el porqué de los grandes mitos. El cristiano se apasionará por los orígenes de su fe, y le harán comprender, por ejemplo, la doble paradoja de un Jacob Taubes, convertido hoy en icono del movimiento neocomunista, que se autoproclamaba "ateo judeo paulino" porque veía en las cartas de San Pablo, y no en los escritos de Marx, el origen de todas las revoluciones liberadoras sucedidas en la Historia.

Me apena ver a tantos buenos católicos atemorizados con los avances de la ciencia y de las investigaciones bíblicas. Hace algunas semanas, el cardenal Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida, mostraba su temor por las investigaciones que en el laboratorio buscan crear un ser vivo. No se da cuenta monseñor que si los científicos logran crear vida (por otro lado muy rudimentaria: no se trata de crear y criar un homúnculo dentro de una botella) únicamente se habrá demostrado que la creación de una vida requiere de una elevada inteligencia anterior. Y me apenan asimismo aquellos creyentes que temen perder su fe leyendo libros sobre el cristianismo si no llevan el visto bueno de algún obispo.

Acaba de publicarse Biblia y helenismo. El pensamiento griego y la formación del cristianismo. El título ya lo dice todo, y su autor Antonio Piñero es a mi entender el mejor especialista que tenemos en España sobre los orígenes de las creencias cristianas. Ignoro si él, y el grupo de profesores que le acompañan en esta obra, son creyentes o no. Da igual: son historiadores serios. Léanlo sin temor los católicos. Lo que el libro demuestra es que el cristianismo de los tres primeros siglos fue un sincretismo asombroso entre tradición judía, mensaje nuevo de Jesús, creencia en una resurrección histórica y lo mejor del helenismo pagano. Al fin y al cabo, ya esto lo había intuido y publicado un teólogo de alto rango como Ratzinger.

Leyendo con atención el Bhagavad Gita, un hermoso poema escrito 700 años antes de Cristo, donde se recogen las enseñanzas de Krishna al príncipe Arjuna (Trotta, 2017) me topo con una extraordinaria idea. Krishna, que es la encarnación de Vishnu, es decir, Dios encarnado, le explica al príncipe cómo en épocas de grandes injusticias y desconcierto la deidad se hace carne para enseñar a los hombres el camino de salvación. Benedicto XVI, en una de sus más recientes entrevistas hace referencia a ese mito de la teología hindú como prefiguración de Cristo. Así que no sientan temor los cristianos en ponerse al día con la Historia de las Religiones. Teman sólo la estampida de la multitud playera si los ven leyendo un libro.

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