Tribuna

Abel veiga

Profesor de Derecho de Icade

Helmult Kohl

Sería el gran apoyo para que España firmase en 1985 su acta de ingreso en aquella Europa a doce. Impulsó y dinamizó con Mitterrand la mejor década de esta Europa y esta Unión

Helmult Kohl Helmult Kohl

Helmult Kohl

La historia acrecienta a algunos. Y en cambio, ensombrece a otros. Su paso es firme e inexorable. Termina poniendo a cada uno en su sitio, con su juicio. Aunque a algunos jamás los absolverá. El gran canciller, aquel hombre fortachón y gigante, con aspecto provinciano y casi por casualidad convertido en BundesKansler en 1982, falleció en Ludwigshafen el pasado viernes a los 87 años, en una Alemania libre, próspera y, sobre todo, unida. Era un niño cuando las botas del fascismo, cuando el odio del nacionalsocialismo robó y partió en dos el alma alemana. Un chaval cuando Alemania se lanzó en apenas 25 años a otra gran guerra. Una guerra en la que la destrucción del hombre fue total, donde el odio y la violencia nunca habían conocido tanta iniquidad y maldad. Una guerra y una Alemania nazi que llenó los campos de exterminio de millones de inocentes sacrificados sin pecado alguno. Y en esa conciencia colectiva no heideggeriana resurgiría años después otra Alemania bien distinta, cuyo último gran capítulo lo escribiría en tan solo 11 vertiginosos meses Helmut Kohl. No sería, como algunos predijeron, el final de la historia, pero aquel derrumbe fukuyamita de lo que simbolizó un muro levantado en 1961 sí hizo creer a los europeos como nunca hasta ese momento en la libertad.

Kohl fue uno de los grandes protagonistas del último cuarto de siglo europeo, pero también mundial. Estaba en el momento adecuado en el que el curso de la historia iba a dar uno de sus giros fundamentales. La caída del muro y, con ella, de todo el Telón de Acero tal y, como lo había definitivo en Suiza en 1946 Churchill, la audacia de Kohl, su determinación, su pragmatismo y su visión única y oportuna del momento, hilvanaron la mejor página de la historia de Europa en el Siglo XX: unir Alemania, cohesionar a una Europa sin miedo a esa Alemania. La Alemania del Este, con un Honecker debilatado y un país destartalado y descosido, la patada a todo el edificio soviético y sus satélites que vendrían de la mano de las Glasnot y la Perestroika de otro de los grandes protagonistas del momento, Mijail Gorbachov, el respaldo de Bush a la reunificación y la superación de la inicial reticencia de la Francia de Miterrand, catapultaron al canciller y a su ministro de exteriores, Hans Dietrich Genscher, para unificar un país destrozado en 1945, dividido en cuatro y ocupado por los países vencedores de la guerra. La RFA de Adenauer y su capacidad de diálogo y reconciliación y la capital Constitución de 1949 llevarían a Alemania a la modernidad que hoy conoce.

Alemania tuvo tres padres. Otto von Bismarck, prusiano guerrero y duro que en 1871 unificó el país, derrotó a la Francia del tercero de los Bonaparte e introdujo las primeras normas de previsión social, seguros de accidentes, etc. Konrad Adenauer, sobre cuyos sus hombros recayó el peso de reconstruir un país devastado por el totalitarismo, hecho cenizas y dividido primero en cuatro bloques y luego rasgado por un telón y un muro que separó a alemanes y a la vez europeos. Y Kohl, el canciller que concibió una Alemania europea. Una Alemania unida como eje de una Europa fuerte, unida y donde las libertades erradicarían siglos de odio, rivalidades y guerras.

El canciller alemán sería el gran apoyo para que España firmase en 1985 su acta de ingreso en aquella Europa a doce. Impulsó y dinamizó con Mitterrand la mejor década de esta Europa y esta Unión. De la mano de dos adalides importantes: Delors y González.

La historia le reservó un sitio. Y con ella a una Alemania que no despertase ya recelos ni temores. Y al tiempo incardinó esa Alemania en Europa. Encastrándola en una relación única con Francia. Apostó por el euro en vez del marco. Por las cuatro libertades, por la disciplina fiscal, por la política exterior. Y la economía alemana fue la gran beneficiada. Pero le costó las elecciones tras 16 años en la cancillería.

Luego llegaron los desafectos, las traiciones, las puntillas incluso de la pupila Angela Merkel, "la chica", como él la llamaba. Las acusaciones de financiación ilegal. La enfermedad y el suicidio de su mujer. Su unión a su secretaria personal y la fractura con sus hijos. Vivió el éxito, pero conoció la tragedia personal y familiar. Luces y sombras. Pero hoy Europa, pese a sus torpezas y errores, no sería lo que es sin Kohl. Un gigante. Un carácter enérgico, firme, decidido, pero profundamente humano, pragmático y eficaz. Por ello, por su acción política, por ser el tercer y último padre de Alemania, tiene su pedestal en la historia de Europa y de Alemania.

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