Dice un proverbio que "un ejército de ovejas dirigido por un león, podría derrotar a un ejército de leones dirigido por una oveja." Cada vez con más frecuencia, en distintos ámbitos institucionales venimos observando la mediocridad, es decir el poco mérito, tirando a malo, de aquellos que ostentan puestos de representatividad y responsabilidad que implican tener que dirigir, gerenciar o, como se dice actualmente, liderar a grupos de personas o instituciones. Parece que estamos viviendo una conjura de los necios que ocupan los terrenos abandonados por quienes poseen el talento y la creatividad para los nuevos tiempos.
En la Grecia clásica se acuñó el término de aristocracia, como gobierno de los mejores, ya que aristos era el excelente y krateia aludía al poder. Por tanto, el poder del mérito y los excelentes. Otra cosa bien distinta, es la evolución semiótica del término aristocracia, utilizado posteriormente para hacer referencia a un grupo de privilegiados que, en muchos casos, no se distinguen precisamente por la bondad de sus cualidades. Pero volvamos a la idea central que motiva este artículo, lejos de estar gobernados por un grupo de aristócratas, en el sentido clásico del término, cada vez existen más evidencias de que las comunidades y las instituciones están dirigidas por un ejército de mediocres, en un fenómeno que denominamos mediocracia, es decir el gobierno de personajes con poco mérito personal y profesional y, por tanto, progresivamente con menos escrúpulos.
La mediocracia actual es un fenómeno que deriva, se alimenta y escuda no precisamente de las virtudes cardinales, morales o teologales, sino de las que podríamos denominar, las cracias modernas, que en muchos casos salvaguardan la inoperancia de aquellos que dirigen, gobiernan o mandan. ¿Cuáles son estas cracias? Veamos algunos ejemplos habituales del ámbito en el que nos desenvolvemos, el educativo, pero totalmente, extrapolables a otros: la burocracia, caracterizada por el olvido de los fines, la formalidad absurda e innecesaria y el papeleo, aunque sea digital; la cuantitocracia, o la necesidad de medirlo todo numéricamete, para evitar tener que explicar por qué ocurre lo que ocurre; la calitocracia, o referencia continua a la aparente y vacua calidad de los sistemas; la evaluacracia o referencia a que todo debe ser evaluado para mejorar, pero sin la menor autocrítica y confundiéndola con el mero control. Y, por último, la sometocracia, o el establecimiento de un sistema y red clientelar de sometimiento, para que todo aquel que pueda destacar o suponga una amenaza para el estatus quo del que manda, quede anulado.
El imperio de las cracias ha dado lugar a una tipología de líderes, desde los altos niveles de gestión y dirección, hasta los intermedios e, incluso, bajos, que no sólo se caracterizan por su falta de capacidad, sino por la ausencia de ética, de un mínimo acatamiento a las normas morales e, incluso, por el desprecio a las mínimas referencias estéticas en su trabajo. Ello da lugar a una falta absoluta del compromiso necesario e imprescindible con los ciudadanos o la institución que se gobierna. Son dirigentes que sirven a aquel que les garantiza su continuidad en el cargo, independientemente de su valor profesional o personal. En definitiva, se sirven a sí mismos, bajo excusa de servir a una comunidad o grupo social. Son burros listos, permítasenos la aparente incoherencia, que lejos de servir a los fines para los que deberían ser designados, alimentan la Mediocracia en la que se sustentan.
Por supuesto, la comunidad o el grupo dirigido tiene su responsabilidad, en cuanto no hacen frente, ni siquiera en mínimo grado, a tal abuso que, sin duda, nos está llevando a la consecuente podredumbre moral. No cabe duda que denunciar semejante régimen de funcionamiento requiere valentía y asumir unos costes que, como no sea en unión de otros, son difíciles de afrontar. Pero lo contrario, está llevando a la pérdida de la autoestima personal y colectiva, a la indefensión ciudadana y, a la postre, a no vivir la vida y el momento que nos ha tocado vivir.
Las consecuencias de estos líderes no son inocuas, provocan un efecto devastador, de tierra quemada, que conduce a la huida o el agotamiento de los que tienen talento, y, además, a la creación de antimodelos para los desorientados, noveles o ignorantes. La solución: la toma de partido, la implicación y el compromiso colectivos de aquellos que permanecen en la aparente comodidad de sus palacios de cristal.
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