Tribuna

J. M. PÉREZ JIMÉNEZ PEDRO E. GARCÍA BALLESTEROS

Inspectores de Educación de Sevilla

Mediocracia

Parece que estamos viviendo una conjura de los necios que ocupan los terrenos abandonados por quienes poseen el talento y la creatividad para los nuevos tiempos

Mediocracia Mediocracia

Mediocracia

Dice un proverbio que "un ejército de ovejas dirigido por un león, podría derrotar a un ejército de leones dirigido por una oveja." Cada vez con más frecuencia, en distintos ámbitos institucionales venimos observando la mediocridad, es decir el poco mérito, tirando a malo, de aquellos que ostentan puestos de representatividad y responsabilidad que implican tener que dirigir, gerenciar o, como se dice actualmente, liderar a grupos de personas o instituciones. Parece que estamos viviendo una conjura de los necios que ocupan los terrenos abandonados por quienes poseen el talento y la creatividad para los nuevos tiempos.

En la Grecia clásica se acuñó el término de aristocracia, como gobierno de los mejores, ya que aristos era el excelente y krateia aludía al poder. Por tanto, el poder del mérito y los excelentes. Otra cosa bien distinta, es la evolución semiótica del término aristocracia, utilizado posteriormente para hacer referencia a un grupo de privilegiados que, en muchos casos, no se distinguen precisamente por la bondad de sus cualidades. Pero volvamos a la idea central que motiva este artículo, lejos de estar gobernados por un grupo de aristócratas, en el sentido clásico del término, cada vez existen más evidencias de que las comunidades y las instituciones están dirigidas por un ejército de mediocres, en un fenómeno que denominamos mediocracia, es decir el gobierno de personajes con poco mérito personal y profesional y, por tanto, progresivamente con menos escrúpulos.

La mediocracia actual es un fenómeno que deriva, se alimenta y escuda no precisamente de las virtudes cardinales, morales o teologales, sino de las que podríamos denominar, las cracias modernas, que en muchos casos salvaguardan la inoperancia de aquellos que dirigen, gobiernan o mandan. ¿Cuáles son estas cracias? Veamos algunos ejemplos habituales del ámbito en el que nos desenvolvemos, el educativo, pero totalmente, extrapolables a otros: la burocracia, caracterizada por el olvido de los fines, la formalidad absurda e innecesaria y el papeleo, aunque sea digital; la cuantitocracia, o la necesidad de medirlo todo numéricamete, para evitar tener que explicar por qué ocurre lo que ocurre; la calitocracia, o referencia continua a la aparente y vacua calidad de los sistemas; la evaluacracia o referencia a que todo debe ser evaluado para mejorar, pero sin la menor autocrítica y confundiéndola con el mero control. Y, por último, la sometocracia, o el establecimiento de un sistema y red clientelar de sometimiento, para que todo aquel que pueda destacar o suponga una amenaza para el estatus quo del que manda, quede anulado.

El imperio de las cracias ha dado lugar a una tipología de líderes, desde los altos niveles de gestión y dirección, hasta los intermedios e, incluso, bajos, que no sólo se caracterizan por su falta de capacidad, sino por la ausencia de ética, de un mínimo acatamiento a las normas morales e, incluso, por el desprecio a las mínimas referencias estéticas en su trabajo. Ello da lugar a una falta absoluta del compromiso necesario e imprescindible con los ciudadanos o la institución que se gobierna. Son dirigentes que sirven a aquel que les garantiza su continuidad en el cargo, independientemente de su valor profesional o personal. En definitiva, se sirven a sí mismos, bajo excusa de servir a una comunidad o grupo social. Son burros listos, permítasenos la aparente incoherencia, que lejos de servir a los fines para los que deberían ser designados, alimentan la Mediocracia en la que se sustentan.

Por supuesto, la comunidad o el grupo dirigido tiene su responsabilidad, en cuanto no hacen frente, ni siquiera en mínimo grado, a tal abuso que, sin duda, nos está llevando a la consecuente podredumbre moral. No cabe duda que denunciar semejante régimen de funcionamiento requiere valentía y asumir unos costes que, como no sea en unión de otros, son difíciles de afrontar. Pero lo contrario, está llevando a la pérdida de la autoestima personal y colectiva, a la indefensión ciudadana y, a la postre, a no vivir la vida y el momento que nos ha tocado vivir.

Las consecuencias de estos líderes no son inocuas, provocan un efecto devastador, de tierra quemada, que conduce a la huida o el agotamiento de los que tienen talento, y, además, a la creación de antimodelos para los desorientados, noveles o ignorantes. La solución: la toma de partido, la implicación y el compromiso colectivos de aquellos que permanecen en la aparente comodidad de sus palacios de cristal.

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