La cabina La cabina

La cabina / Rosell

La hoja de servicios de cualquier funcionario revela su celo profesional. En la vida de cualquier ciudadano también debería existir una especie de hoja de servicios en favor de la sociedad. Me temo que esta hoja de servicios sociales quedaría con frecuencia en blanco porque muchos españoles apenas trabajamos por el bien común.

Pedro Luis Serrera Contreras, que falleció la semana pasada a los 83 años de edad, tenía una hoja de servicios redonda tanto profesional como cívica. Cuentan que el ángel encargado del mostrador de recepción en las puertas del Cielo hacía tiempo que no veía a un recién llegado con un expediente de vida tan perfecto.

Y es que el Doctor en Derecho Serrera Contreras reunía unas cualidades extraordinarias que supo desarrollar con suma modestia. Multiplicó los talentos que Dios le dio con una hoja de ruta clara y generosa: trabajar con rigor en aras de una sociedad más justa.

Muy joven, con veinticinco años de edad, obtuvo el número uno de su promoción de Abogados del Estado. Consta documentado que en un ejercicio práctico de sus oposiciones citó una antigua sentencia (de 1918) desconocida por el mismo Tribunal, dejando boquiabiertos a todos sus miembros, que tuvieron que rendirse ante la evidencia: se encontraban ante un jurista completo con una mente prodigiosa. Con su inteligente memoria y la experiencia profesional llegó a dominar todas las disciplinas jurídicas sabiendo combinarlas con armonía y sentido práctico. Siendo Jefe de la Abogacía del Estado en la capital hispalense asumía, voluntariamente y por sistema, el conflicto jurídico más enrevesado que llegara contra la Administración Central y, a los pocos días, lo traía resuelto con brillantez, limitándose a decir a sus compañeros, sin presunción, que le había parecido un asunto muy interesante. Fue Director de la Real Academia Sevillana de Legislación y Jurisprudencia.

Su actividad como funcionario era de una honradez extrema. Aseguran que, cuando no existían los teléfonos móviles, no era extraño verlo salir de la Delegación de Hacienda para hacer alguna llamada desde una cabina telefónica. La razón era que, por su estricta moral, no podía cargar al erario público los gastos de una llamada de índole particular aunque fuera importante. Y por supuesto, luego recuperaba el tiempo perdido por haberse ausentado de su despacho.

Ejerció la docencia en la Universidad de Sevilla, y destacó sobremanera como maestro de muchos Abogados del Estado y de otros cuerpos de la Administración a los que preparó de forma concienzuda en sus respectivas oposiciones.

Como contertulio en cualquier reunión, siempre destacaba por sus medidos comentarios que exponía sin vanidad pero con aplomo y seguridad. Su desbordante cultura le permitía hablar con propiedad de todos los temas, desde la filosofía hasta la historia pasando por la literatura y la música (ópera, flamenco…). De hecho, no sólo escribió sobre cuestiones jurídicas complicadas, sino que también se atrevía con materias totalmente ajenas al mundo del Derecho como, entre otras, la política de Aristóteles y su actualidad pedagógica, e incluso con "Las arias de la locura en la ópera belcantista".

Su afán de servicio era desinteresado: nunca aceptó cargos políticos. La fidelidad a sus ideales y al partido político UCD le hizo ser candidato al Senado por Sevilla, cuando sabía de sobra que era muy difícil que saliera elegido. Y en representación de la moribunda UCD fue uno de los ponentes del Estatuto de Autonomía de Andalucía. Su preocupación por la deriva de España la demostraba en sus frecuentes y sesudos artículos en ABC.

Con Rosa, encantadora y fina jurista, formaron una admirable familia regida por sólidos principios cristianos. Los cuatro estupendos hijos han tenido la gran suerte de recibir en vida de sus padres la mejor herencia: los valores del esfuerzo, la responsabilidad y la rectitud moral.

Hace un par de meses me llamó para darme su amistosa opinión sobre uno de mis últimos artículos periodísticos. Lo hizo a su estilo: breve, franco, cordial y agudo. Terminamos hablando sobre Delibes, y entonces me confesó su grave enfermedad con una escueta frase, "a mí ya me ha salido la hoja roja". Conviene recordar que los librillos de papel de los fumadores tenían una hoja roja suelta que avisaba del final de su contenido, y que el escritor vallisoletano, en una de sus castizas novelas, la asimilaba al anuncio de una muerte cercana.

Dicen que cuando nuestro excepcional personaje llegó ante San Pedro, en la misma puerta del Cielo, el cotilla querubín de recepción pudo oír lo siguiente:

-Adelante, Serrera, pase, entre inmediatamente. Presenta usted una espléndida hoja de servicios y no tiene ninguna hoja de reclamaciones. Le hago saber que aquí ya no hay que trabajar. Descanse en paz.

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