Tribuna

José Antonio González Alcantud

Antropólogo

La cultura del 'mall'

En las futuristas y distópicas ciudades del Golfo Pérsico ya no existen medinas, sino esas superficies anónimas, amparadas en la atmósfera artificial del aire acondicionado

La cultura del 'mall' La cultura del 'mall'

La cultura del 'mall'

Cuando asomó por vez primera sus narices un proyecto de hipermercado formado por humildes cooperativistas por mi ciudad, Granada, a principios de los años ochenta, en plena Transición, el escándalo fue mayúsculo porque invadía un terreno non aedificandi en plena vega de Granada. Bien en principio, aunque nunca entendí el fondo de aquel asunto que provocó la caída de un alcalde. El que lo sucedió, del mismo partido, muy activo en contra del mall cooperativista, autorizó acto seguido otra gran superficie -avalada por un capital poderoso- en parecidas condiciones urbanísticas. A la vez, sin rechistar, en el corazón de la vega se instalaba una empresa enorme. El forcejeo, más que ecológico -hoy resulta obvio- era de potencias económicas.

Poco después, mediados los años noventa, me quedaba asombrado en Estados Unidos por la capacidad de atracción que los malls, o centros comerciales con tiendas en franquicia, tenían para los estadounidenses. La combinación del uso del vehículo más la inexistencia en muchos casos de ciudades propiamente dichas parecía garantizar el éxito del modelo. Además, había que añadir a su favor el crudo frío invernal que obligaba a buscar lugares donde guarecerse. Yo pensaba entonces ingenuamente que el modelo no era exportable a países como España, y mucho menos a la soleada y callejera Andalucía, donde el centro de la ciudad, y no un vulgar y pequeño down town, regía aún los destinos comerciales de sus habitantes.

Más aún: el cercano Marruecos, con sus activas medinas llenas de pequeñas tiendas y con miles de artesanos y comerciantes capaces de satisfacer las exigencias de la población, me parecían una fortaleza indestructible frente a la estrafalaria cultura de los malls, para acceder a la cual hace falta ser ciudadano-vehículo y donde la variedad comercial está reducida a marcas siempre iguales a sí mismas. Pensaba para mis adentros que las culturas mediterráneas nunca aceptarían esas formas de negocio. Un hecho milenario como las medinas magrebíes, creía, se alzaba como barrera frente a los efímeros y discutibles malls.

Con el paso del tiempo comprobé sorprendido que una gran ciudad como Palermo, mediterránea hasta el tuétano, carecía de una sola gran superficie. Pero, ¡oh cielos!, no por el rechazo de sus habitantes al modelo, sino porque la mafia local lo consideraba un obstáculo para cobrar el pizzo, el impuesto soterrado que extorsiona la honorabile società a los pequeños comerciantes. Lo mismo ocurría en Nápoles.

La historia siguió avanzando. He aquí que, sorpresivamente, en el inexpugnable Marruecos, con el nuevo siglo llegaban algunas grandes superficies. El caso más llamativo, para mí, ocurrió en Fez, cuando cerca de la ciudad-medina por excelencia, Fez el-Bali, surgía en unos terrenos protegidos junto a un agresivo expendedor de hamburguesas un enorme mall lleno de baratijas de la modernidad. Hasta ese momento no me había preocupado pero ahora quedé espantado. Los fesíes de siempre afirmaron que la medina, que conciben casi indestructible, resistiría la competencia de los malls, pero yo albergo dudas razonables: ¿por cuánto tiempo?

Hace pocas semanas se ha abierto el mall más grande de Andalucía en Granada. El proceso de su apertura ha sido problemático jurídica y políticamente. Sólo basta verlo, mole en medio de la castigada vega granadina -ahora rematada para colmo con una infame autovía que la corta en dos- para inferir que aquello esconde mucha literatura indecible, seguramente vinculada desde el inicio al también cuestionado, con las manifestaciones públicas más grandes de la historia reciente granadina, Parque Tecnológico de la Salud. Además, por si quedara poco, se vislumbra una incipiente "guerra de los malls", de amplias ramificaciones políticas y empresariales dada la magnitud de los empeños y los intereses puestos en juego.

En las futuristas y distópicas ciudades árabes del Golfo Pérsico, con su nube de rascacielos en mitad del desierto, ya no existen medinas. Sólo existen esas superficies anónimas, amparadas en la atmósfera artificial del aire acondicionado, donde los lugareños ricos afectados de adicción al lujo van a comprar a manos llenas. La cultura del mall ha triunfado allá de plano, en mitad de la nada. Aquí, en Andalucía, en Marruecos, en Italia, en el Midi francés, estamos aún en el filo de la navaja. Nuestros políticos debieran reflexionar sobre los previsibles resultados de estas políticas agresivas para un modelo de cultura, del callejeo y del trapicheo, que cuestionan con la omnipotencia del mall. Hay que parar ese modelo, de lo contrario el corazón de nuestras ciudades puede dejar de latir un día no muy lejano.

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