Tribuna

Juan carlos rodríguez ibarra

Ex presidente de la Junta de Estremadura

¿A qué se espera?

Sólo en lo que llevamos de año, han sido ya 51 las mujeres asesinadas por hombres que, además, no se conforman con quitarles la vida a ellas, sino en ocasiones también a sus hijos

¿A qué se espera? ¿A qué se espera?

¿A qué se espera? / rosell

En 1932 se aprobó por las Cortes españolas el Estatuto de Autonomía de Cataluña, también conocido como Estatuto de Nuria. Fue el primer Estatuto de esas características y, gracias a él, Cataluña podía tener un Gobierno y un Parlamento propio y tendría la capacidad de gobernar su territorio en función de una serie de competencias que le otorgaba dicho Estatuto. En esos años, que iban de 1931 a 1936, la cuarta parte de la población de Cataluña no había nacido en ella. En consecuencia: tres cuartas partes de sus habitantes habían nacido dentro del territorio catalán. Siendo como eran una población muy mayoritariamente autóctona, no tuvieron empacho en aceptar la definición de Cataluña como "Región Autónoma". Por el contrario, en 2016, los datos poblacionales de Cataluña indican que el 35,5% de la población catalana no había nacido en ella y, sin embargo, con una población menos autóctona, la voluntad de una parte significativa de catalanes circula por los derroteros de la independencia.

Son muchos los que atribuyen ese fenómeno al hecho de que las competencias en Educación que Cataluña asumió al disponer de las mismas, gracias al Estatuto de de 1979, han servido fundamentalmente para que los centros escolares se convirtieran en herramientas de adoctrinamiento de los alumnos que por ellos pasaron y pasan obligatoriamente. Se oye decir que "Sólo los profesores han sido capaces de inocular el virus del independentismo en los hijos y nietos de tantos y tantos ciudadanos gallegos, andaluces, extremeños, murcianos… que tuvieron que salir fuera de sus pueblos para instalarse en la próspera Cataluña en las décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado".

Quienes han tenido la ocasión de gobernar en Cataluña afirman lo contrario y niegan que en la escuela se haya enseñado el odio a España y se haya hecho contrabando intelectual con una historia catalana y española que no se corresponde con la realidad de los hechos.

Es difícil, desde fuera, poder juzgar y poder dar o quitar razones. Lo cierto y verdad es que resulta complicado entender esa animadversión reflejada en el rostro de los rufianes de turno, cuyos abuelos nacieron en Andalucía o en Extremadura, y tuvieron que emigrar como consecuencia del abandono que los gobiernos autoritarios y nacionalistas españoles sometieron a esas tierras en beneficio de las que hoy se quieren separar del resto de España.

Si fuera cierto ese hecho, y los profesores hubieran contribuido eficazmente a convertir en independentistas a quienes provenían de otras experiencias o de otros sentimientos más amplios y menos aldeanos, habría que concluir, una vez más, que los profesores tienen gran influencia en la forma de pensar y de conducirse de sus alumnos.

Pero de esa constatación podríamos deducir lo siguiente: si resulta fácil convertir en independentista a un alumno que no lo era antes de pasar por el sistema educativo, ¿cuál sería la razón por la que esos mismos profesores no podrían convertir en cualquier otra cosa a sus estudiantes? De todos resulta conocida la dramática estadística sobre las mujeres asesinadas por sus parejas en los últimos diez años. De 2010 a 2017 han sido 716 mujeres las que murieron a manos de quienes siguen considerando a sus parejas femeninas como las personas a las que se puede matar por el sentimiento machista que todavía impera en buena parte de los hombres españoles. Sólo en lo que llevamos de año, han sido ya 51 las mujeres asesinadas por hombres que, además, no se conforman con quitarles la vida a ellas, sino que, en ocasiones también se la quitan a sus hijos, como ha ocurrido con los cinco menores que han perdido la vida en esas circunstancias.

Ya sabemos que existen leyes que protegen la igualdad de género; ya sabemos que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y la judicatura hacen lo que pueden para evitar ese tipo de asesinatos. Ya sabemos que los esfuerzos que se hacen por los medios de comunicación, por los ministerios y consejerías autonómicas, por las asociaciones feministas y por todos aquellos ciudadanos sensibilizados por este desgraciado y denigrante estado de cosas están contribuyendo a sensibilizar a la población contra esta maldad. Pero a la vista está que no es suficiente y que, un año sí y otro también, se mantienen las cifras de mujeres e hijos muertos a manos de supuestos hombres que no llegan ni a la categoría de animales.

Pues si se considera capacitado al sistema educativo para fabricar independentistas, ¿a qué se espera para que ese mismo sistema fabrique seres humanos que cuando salgan de la escuela sean seres humanos y no animales dispuestos a matar a quienes les dieron su amor mientras ellos se tomaban su vida?

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