Tribuna

Javier castroviejo bolíbar

Biólogo. Asociación de Amigos de Doñana

En recuerdo de Carlos Robles Piquer

La intervención de Robles Piquer fue contundente. La defensa de los valores naturales y culturales de Doñana, indisociables, era cuestión de Estado

En recuerdo de Carlos Robles Piquer En recuerdo de Carlos Robles Piquer

En recuerdo de Carlos Robles Piquer / rosell

E L 8 de febrero falleció Carlos Robles Piquer, sirvan esta líneas como modesto homenaje. No olvidaré el acto dedicado al Dr. Valverde que, presidido por el ministro de Educación Robles Piquer, en diciembre de 1975 se celebró en la madrileña sede del CSIC.

En Doñana, el panorama era desolador. Miles de aves acuáticas muertas por pesticidas, inaceptables entonces, se culpó al botulismo, se urdió la desaparición de la Estación Biológica, un incordio, absorbida por la universidad y se responsabilizó al Dr. Valverde, quien, aun enfermo, envió una memorable carta a Franco, presentó su dimisión y destapó el apaño. El anterior ministro ya había cesado a toda la cúpula del CSIC. El Coto estaba amenazo por la autovía costera Huelva-Cádiz, el Plan Almonte-Marismas -que destruía 43.000 hectáreas-, los arrozales y el urbanismo desenfrenado en las Marismillas y en Matalascañas.

La intervención de Robles fue contundente. La defensa de los valores naturales y culturales de Doñana, indisociables, era cuestión de Estado. Se eliminarían las amenazas, se incrementarían los medios y se ampliaría el espacio protegido. Era una advertencia y un mensaje de esperanza. En la Estación Biológica (apenas 12 personas para 10.000 hectáreas) estábamos felices y estupefactos, pero abrumados.

La primera charla, tras el acto, evidenció que tenía ya una estrategia. Me abrió las puertas del Ministerio, me presentó a sus altos cargos y al secretario general del CSIC Jaime Suárez. Pronto realizó la primera, que no única, visita a Doñana.

Robles, cuyos ojos claros te escudriñaban tras gruesas gafas, era alto y andaba a zancadas, que no dejaba incluso mientras te escuchaba en el despacho. En las brumas del amanecer o en las dunas, absorto a la puesta del sol atlántico, me acordaba de los Nibelungos.

Demostró ser sensible, educado y culto. Incansable y vital, recordemos que hizo su tesis doctoral con mas de 80 años. Sereno, ensimismado a veces en silencios reveladores, infundía respeto, pero también confianza, pues era próximo y dialogante. Siempre demostró una independencia de criterio, incluso rebeldía, que reconfortaba y sorprendía en la España de entonces. Frugal, él y su mujer Elisa se mostraban felices en el austero palacio de Doñana. Escuchaba directamente a los guardas e indagaba sobre las penurias económicas de la Estación Biológica, que sonsacaba a nuestro compungido administrador Emilio Morales.

Decidía con rapidez sobre lo tratado. Así encargó a Aquilino Duque el excelente El Mito de Doñana, promovió un valioso convenio con el Ayuntamiento de Hinojos e hizo que el CSIC se ocupase de la EBD. Pero destaca su audaz y original plan para salvaguardar Doñana, entonces todavía en buen estado. De ello se responsabilizaría el Ministerio de Educación como bien cultural/natural. Aplicaba así en España, adelantándose a su tiempo, el concepto de patrimonio mundial de la Unesco. La iniciativa de indudable alcance nacional e internacional, parecía consensuada ya con el Gobierno. En una ocasión, le pregunté con qué alto cargo debía aclarar dudas. "Habla conmigo", me dijo, "podrían asustarse".

La idea me cautivó. La conservación de Doñana, iniciada como aventura científica, se consolidaría bajo los auspicios del Ministerio responsable del saber, la educación y la cultura; libre, al fin, de los ingenieros que con sus plantaciones de eucaliptos, diques, canales y agricultura contaminante, habían destruido ya partes sustanciales del Coto y las Marismas.

Pude entregar la memoria en el plazo previsto y en el Ministerio la redacción del texto legal avanzaba. Pero, por vaivenes de la Transición, en julio de 1976, creo, el ministro de Educación era ya otro. Así, sin Robles, se esfumó este proyecto. Ni siquiera pude recuperar la documentación enviada. Con todo, el esfuerzo no fue inútil y pude conseguir que una parte de la superficie delimitada entonces se incomporase a los limites del nuevo Parque Nacional recogidos en la ley 91/1978, en cuya tramitación y redacción intervine.

Valgan estas líneas como homenaje a este gran español con quien tuve la fortuna de coincidir y que nos honró, a Laura, mi mujer, y a mi, con su afecto. Sirvan también para enviar nuestro profundo pesar a su familia y especialmente a su esposa Elisa, ejemplo de entereza, que pocos meses antes perdió también, por muerte repentina, al menor de sus hijos, Eduardo, colega y amigo.

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