Tribuna

Marco antonio molín ruiz

Filólogo

Cuando la víctima es el oído

La contaminación acústica está tan entroncada en el mundo actual que el ser humano empieza a sufrir desde edades tempranas las consecuencias de oír sin descanso

Cuando la víctima es el oído Cuando la víctima es el oído

Cuando la víctima es el oído / rosell

La impulsividad del mundo moderno ha traído consigo sociedades que están contaminadas acústicamente. Vivimos rodeados de sonidos y ruidos constantes y desmesurados que dañan en progresión imparable a nuestro oído; padecemos una agresión que se ha incrustado en la rutina de nuestra vida diaria. Ciertamente podemos afirmar que nuestras civilizaciones conviven con una masa residual de sonido y ruido.

La falta de sensibilidad ha impuesto un castigo al oído: allá donde nos dirijamos nuestro órgano auditivo percibe sin descanso sonidos y ruidos. Primeramente, el tráfico de las ciudades; después la maquinaria de obras, la música de discotecas; la de gimnasios, bares y restaurantes. Sonidos y ruidos por encima del límite de decibelios están tan integrados en la vida cotidiana, y especialmente en el ámbito laboral, que a menudo los consideramos naturales e inevitables. Cuando tenemos la sensación de que nos hemos habituado a éstos y de que ya no nos molestan es cuando puede resultar más peligroso: seguramente estamos perdiendo audición.

Aun habiendo sonidos y ruidos que no sobrepasan el umbral de decibelios permitido, vivir rodeado de ello constituye un cansancio que termina pasando factura. Añadimos el desconocimiento y la irresponsabilidad generalizados, que perjudica a niños. Su audición puede hallarse bajo una amenaza constante al estar expuestos a música elevada que se pone en el equipo de música de una casa, al llevárseles a encuentros deportivos donde se insulta, se vocifera y se toca bocinas o al emplear teléfonos, ordenadores y tabletas electrónicas que emiten sonidos altísimos.

Respecto a los daños auditivos yo distingo entre exposición involuntaria y voluntaria. La primera concierne al tráfico, el trabajo en la vía urbana y en fábricas, la música ambiental de bares, restaurantes y gimnasios; aparatos de calefacción y aire acondicionado que emiten ruido en el patio de vecinos, el volumen de las salas de cine o vivir cerca de aeropuertos. La segunda abarca la participación en concentraciones y manifestaciones, la asistencia a discotecas y conciertos multitudinarios al aire libre y el uso de auriculares con la música a todo volumen. A este propósito la doctora María José Lavilla, presidente de la Comisión de Audiología de la Sociedad Nacional de Otorrinolaringología y Cabeza y Cuello, comenta: "Se estima que nuestros jóvenes pueden estar adelantando veinte años problemas auditivos, manifestándose los trastornos típicos de personas sexagenarias a la edad de cuarenta años, fundamentalmente porque escuchan música muy alta y continuadamente con los auriculares".

Respecto a las obras públicas, hay maquinaria tan ruidosa que obliga a los trabajadores a protegerse con cascos; pero la población que habita al lado de la obra está expuesta prolongadamente a daños severos: el dolor de oído lo corrobora. Existen también actividades de recreo y ocio que acrecientan el riesgo de pérdida de audición; tal es el caso del tiro al blanco, la cacería, la pirotecnia o la participación en bandas musicales con plantillas desproporcionadas. Se ha demostrado que en un solo edificio cada piso produce un ruido que sumado perjudica la audición. En el bajo una hormigonera; en el primero, oficinas; para el segundo una aspiradora; en el tercero música con altavoces a todo volumen, para el cuarto un carpintero y en la última un perro ladrando desaforadamente.

Las autoridades han dejado de pensar en el descanso y el sueño nocturnos: el servicio de regado de calles, el permiso a ciertas tabernas y el asentimiento al botellón son una indiscutible fuente de malestar, desasosiego e irritabilidad. El silencio no es sólo un derecho o un deber; sino ante todo una necesidad. Con el silencio el oído descansa y se regenera. Según Francisco Javier Cervera, doctor en Otorrinolaringología de la Clínica Universidad de Navarra. "Desde la época de los romanos se sabe que el ruido por la noche resulta perjudicial; de ahí que prohibiesen el trasiego de carros a esas horas". Basta pararnos un momento a recordar que del mismo modo que el aparato digestivo no funciona continuamente, así debe suceder con el oído.

Desgraciadamente, nuestras sociedades no propenden al encuentro del hombre consigo mismo. Y dicho encuentro llega con el silencio literal y el del pensamiento y la mente. Se hace imprescindible educar e instruir en el cuidado y la protección del oído. En primer lugar, la evitación de entornos perniciosos; después, la moderación en los volúmenes y finalmente el criterio para elegir sonidos que contribuyan a nuestro bienestar y equilibrio.

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