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LA mejor síntesis nietzscheana se la escuché a Lisa Simpson: "Si eres feliz y lo sabes, es pecado". No pensaba escribir sobre Halloween, pero numerosos comentarios y artículos que he leído desde entonces me han movido a hacerlo, aunque lo cierto es que el quid está en otra parte. Hace ahora una semana salí con mi hija de ocho años a buscar caramelos y a dar algunos sustos. Ella iba disfrazada de monstruita y yo me había agenciado una careta de marciano loco, pero con lo que llevo encima ya tengo bastante, así que desistí de más atuendos. La cuestión es que lo pasamos bomba, pero, al parecer, según estas opiniones, mi peque y yo cometimos un serio delito contra las tradiciones propias al dejarnos seducir por semejantes tonterías extranjeras. Además, un servidor actuó como un inconsciente peligroso al permitir a su heredera coquetear con el lado oscuro, habiéndola podido vestir de monja carmelita. Podemos respirar tranquilos: disponemos de guardianes de la moral incapaces de entender que cuando uno decide pasarlo bien no lo hace a favor ni en contra de tradición alguna. Que cuando de vivir se trata, las tradiciones pueden quedarse en su casa. Y respecto al asunto tenebroso, Aristóteles ya señaló que la risa mata al miedo, pero al Mester de Clerecía le conviene, claro, divulgar el temor al más allá. Por si acaso.

De todas formas, esta reacción contraria a Halloween es el signo de un paisaje más amplio. Durante no pocos años, el discurso favorable a presentar España (y muy especialmente Andalucía) como territorio de perezosos aprovechados, ganapanes merecidos incapaces de aprobar la ESO, ha tenido un éxito descomunal. Y es cierto que el clientelismo ha hecho estragos, pero también que los tecnócratas neoliberales han preferido ahondar en el lamento jeremítico antes que proponer soluciones, principalmente porque a la lógica del mercado le sale positivo este saldo de indignación continua. En consecuencia, el discurso desatado para denunciar el ocio (que también bendijo Aristóteles) y cualquier elemento de distensión ha gozado de igual buena fama. La ludofobia está de moda porque no hay nada mejor que poner cara de limón agrio (bueno, sí: agarrarse a una bandera) para pasar por ciudadano honrado. Y si encima se recomiendan alternativas para la elevación espiritual dignas de campamento catecumenal, alguna medalla caerá seguro.

Hace poco alguien recordaba que la negación del ocio no es otra cosa que el negocio. Pero quien se lo pasa bien y encima no tiene miedo al diablo no sale rentable. Y a ver quién va a pagar las pensiones. Ubi Caritas.

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