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Plaza de España

Visión del laberinto del Minotauro

  • Valencia. Fernando Mendoza Castells. Vivió hasta los nueve años en la ciudad del Turia. Llegó a Sevilla con escalas en Huelva y en Oklahoma. Trabajó en siete pabellones de la Exposición del 92.

QUIEN ha dedicado treinta años de su vida a conservar, restaurar y estudiar la iglesia del Salvador, la antigua mezquita de Ibn Addabás, parecía predestinado a esta tarea. El arquitecto Fernando Mendoza (Valencia, 1947) nació en la casa de su abuelo, un comerciante de lámparas y cristales de bohemia que vivía junto al palacio arzobispal y la catedral de Valencia. "Conocía a todos los canónigos, era un hombre muy pío". Nació en la ciudad del Turia porque su padre, un asturiano que estudió en Salamanca con Unamuno y coincidó en la guerra con las Brigadas Internacionales, estaba de director del hospital de Játiva. "Siempre quise ser arquitecto; mi padre hizo conmigo un ensayo para que fuera médico. Me desmayé durante una operación de cabeza de fémur y me descartó".

En Valencia vive los primeros nueve años de su vida, hasta que al padre médico lo destinan a Huelva y estudia bachiller en el mismo instituto de La Rábida donde estuvo Juan Ramón Jiménez. Pero muchos años después, Valencia, "la ciudad más italiana de España", sigue siendo una especie de metáfora o contrapunto de Sevilla. "La misma izquierda que en Valencia hizo gala de un furor y un desprecio tremendos contra toda la arquitectura tradicional, fue la que en Sevilla defendió la conservación del patrimonio. De no haber sido por esa generación de arquitectos, Sevilla habría terminado como Estanbul. La segunda Roma, Constantinopla, capital del imperio bizantino destrozada en nombre de la modernidad".

Huelva es la antesala de Sevilla, amén de un paréntesis en Oklahoma para terminar el bachiller. Rebobina sus acercamientos a la ciudad que elegiría como suya. "Lo primero que recuerdo es el laberinto del Minotauro. Sevilla era una ciudad laberíntica. Mi padre nos traía en un coche americano muy grande y no sabía por dónde meterlo". Le atrapó la Giralda, sus rampas. "Todavía sigo subiendo con mis amigos extranjeros, me gusta enseñarles la historia de la ciudad desde arriba". En 1961 vino toda la familia desde Huelva a ver las barcas en la Alameda tras la riada del Tamarguillo. Una circunstancia que le resultaba familiar por las continuas crecidas del Turia.

Fernando Mendoza ha trabajado en las dos Exposiciones de la ciudad. En la del 29, dirigió la rehabilitación del Costurero de la Reina, obra de Talavera el Viejo, padre del más conocido, arquitecto de cámara de los Montpensier. En la del 92, certamen que fue "un factor exógeno que no se integró en la ciudad", trabajó en siete pabellones: firmó los conjuntos de Bulgaria y Polonia y de Filipinas e Indonesia y fue director de obra en los de Valencia, regreso a su infancia, a los baños en la playa de la Malvarrosa, Canadá y el Pabellón Real.

Es implacable con la arquitectura post-Expo. "La torre Pelli es una torre comercial sin interés cultural ninguno, ubicada en un sitio pésimo y aprobada mediante una tramitación ilegal y tramposa de una forma dictatorial y torticera". De las Setas, dice que "es más la obra de un decorador que de un arquitecto que pese a su nombre no para el sol. Hace un calor achicharrante debajo de las lamas". Se alegró de que la presión popular frenara la obra de Zaha Hadid. "Una biblioteca en la que no entra la luz natural no es una biblioteca, es un búnker. En Sevilla existe una élite cultural y profesional muy bien formada y un poder político que hace lo que le sale de las narices. La ciudad paga los disparates, ocurrencias y despropósitos de los distintos alcaldes. El último al menos aparcó proyectos como el horrible monumento al costalero, la zapata de la calle Betis o ese proyecto de casetas de feria que iba a ir en la Casa de la Moneda".

Abuelo de Sol, alemana, y de Gabriela, holandesa, viaja con frecuencia a las patrias de sus nietas. Acaba de estar en Berlín, donde su hija Elena, a punto de estrenar una ópera, es catedrática de Composición. "Es increíble que el país más avanzado de Europa cayera en manos de un papanatas como Hitler. Es lo que tienen los populismos; los extremos se polarizan y la gente normal es la que paga esas paranoias". Jorge, su hijo, es físico, y trabaja en La Haya en el Centro Europeo de Patentes.

Conoció una Huelva "preciosa" y pueblerina. "La ría era una delicia". Restauró la capilla de Pasión, de la que es hermano honorífico. El Salvador estuvo al socaire de la generosidad. "Tras el primer derrumbe, los limosneros fueron a las Indias a por dinero. Para la última restauración se recaudó casi un millón de euros. Es un edificio que la gente ni aprecia ni conoce lo suficiente".

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