USO DEL CASTELLANO

'Here on parle l'andalú'

  • Un viaje por la costa andaluza, desde Almería a Huelva, revela cómo el castellano gana o pierde supremacía en los carteles sin herir sentimientos

En el segundo y decisivo debate entre Zapatero y Rajoy, de las últimas elecciones generales, el líder del PP invirtió unos preciosos minutos en elevar un caso particular (el de un tal Manel Nevot, un agente de la propiedad de Vilanova i Geltrú que fue multado con 400 euros por no colocar el rótulo de su oficina en catalán) a una suerte de inquisición general contra el español. Fue uno de los casos más emblemáticos que precedieron la aparición del Manifiesto por la Lengua Común. Pero la peripecia del agente Manel Nevot  no sólo es anecdótica sino banal. Al menos, desde un punto de vista práctico, el de la comunicación, que es para lo que sirve el idioma, el problema fue intrascendente. En vez de “Finques Nevot” el cartel proclamaba “Fincas Nevot”. ¿Alguien no entendía dónde estaba la oficina del agente Nevot o a qué se dedicaba? La comprensión era, pues, un asunto secundario. Y tampoco fue un episodio de maltrato del  idioma, a lo sumo de maltrato al señor Nevot. Cualquiera que pasee por las Ramblas puede dar fe de cómo los letreros en árabe, español, francés, catalán o alemán se superponen en paz.

El conflicto suscitado era político.  La Generalitat impuso al agente inmobiliario no una sino dos multas: la primera por no disponer de hojas de reclamación y la segunda por el rótulo. Las sanciones fueron firmadas en 2006, no en 2008, cuando se conocieron. Nevot, simpatizante del PP y amigo personal del padre de Josep Piqué, se preocupó de llevar la hoja a un diputado autonómico que, a su vez, la envió a Génova. Unos días después de que Rajoy divulgara el caso a millones de telespectadores, Nevot manifestó su sorpresa y declaró al diario El Mundo: “No creo que el castellano esté perseguido en Cataluña”. Y luego, con lucidez: “Es culpa de la política catalana, que la única cosa que tiene para sobrevivir es el idioma”.

Le asiste la razón al señor Nevot. Sin ánimosidad política nadie le habría multado, y sin una sensibilidad política Nevot no habría apelado a su partido. En una sociedad globalizada las paradojas y los choques del bilingüismo (o del poliglotismo) son normales, es decir, frecuentes en el tiempo y triviales en su trascendencia, pero puramente utilitarios.

Miremos Andalucía. Hace unos años recorrimos la costa andaluza, desde la raya de Murcia a la de Portugal. El viaje fue aleccionador en muchos sentidos, pues no sólo tuvimos la oportunidad de comprobar cómo mudaba el paisaje (acantilados, grandes extensiones de arena, bosques, angustiosas concentraciones de apartamentos, puertos industriales o coquetos amarraderos deportivos) sino también el contraste económico (carreteras tristes y secundarias frente a autovías o concentraciones agrícolas). Pero al mismo tiempo tuvimos la oportunidad de observar cómo cambiaba la supremacía del idioma a través de los letreros y los rótulos. El comienzo campeaba un español castizo con concesiones locales. Conforme nos alejábamos de Murcia, camino de Garrucha, se entrometía discretamente el inglés, y más ligeramente algunas muestras de alemán y francés, lo justo para avisar al viajero de los lugares donde practicar actividades básicas como comer o dormir. Luego, en castellano, llegaron los pueblos de pescadores, el  Cabo de Gata, y el ligero acento extranjero de las explotaciones agrícolas bajo plástico. En la costa oriental de Granada, más pobre, regresaba el castellano simple a los anuncios de carretera que, conforme avanzábamos hacia occidente, se mechaba de alusiones en idiomas foráneos.

La eclosión babélica se produjo en la provincia de Málaga. “Here on parle  l´andalú”, podría ser una síntesis de todas las lenguas. En ciertos puntos de la Costa del Sol (Fuengirola o Marbella) el español había desaparecido prácticamente y suponía un auténtico problema de comunicación para los hablantes castellanos (¿Open, coiffeur, drink, closed? ¿Qué demonios?). Pero el predominio de las lenguas extranjeras no provocaba el característico sentimiento de humillación patriótica que emana del conflicto con el catalán o el euskera.

Después de Málaga apareció Cádiz. En la costa gaditana el español luchaba por mantener su preponderancia y, en este caso, lo conseguía. ¡Había recuperado el terreno perdido! Después surgió Gibraltar, que era una ilusión anglófila en cuatro dimensiones, y más tarde Rota y poblaciones pesqueras donde regresaban las apelaciones de carácter vernáculo o exclusivas (las almadrabas, por ejemplo) o jergas extranjeras de uso localizado, como las relacionadas con el deporte del surf. Y así hasta la raya de Portugal, donde los topónimos españoles iban adquiriendo la dulzura de un fado.

Rótulos, rótulos y rótulos. ¿Qué diría el señor Nevot? ¿Y el severo Instituto de Consumo de la Generalitat? Supongo que nada. No creo que un andaluz, un castellano ni un extremeño puedan tener la percepción real de que el español está en peligro, salvo trasladándose imaginariamente a Cataluña o al País Vasco y apadrinando uno de los tópicos en conflicto, al nacional o el nacionalista. Y extendiendo el caso concreto por toda la geografía.

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