Semana Santa

La vida entregada

Luto y silencio fueron las notas claves del Viernes Santo. La primavera perdió su brillo con la muerte de Cristo en el ecuador del Triduo Pascual. El negro invadía las calles en una atmósfera diferente, envuelta en un dolor contenido a pesar del cielo azul y las altas temperaturas. Jesús da la vida en la cruz y deja en la noche una sede vacante. Todo queda en suspenso hasta la Resurrección.

La Virgen de los Dolores estrenó su manto hecho cielo estrellado en hilo de oro

DOLORES DE SAN JUAN

Un destello a lo lejos de calle Calderón de la Barca hacía presagiar el comienzo del Viernes Santo. Aquel despliegue de luminosidad era el brillo del ruán negro bajo un sol justiciero que se había adentrado demasiado temprano en la primavera cofradiera. Dos nazarenos vestidos de penitente, descalzos y con un rosario colgado del cíngulo, se adentraban en la iglesia de San Juan para enfilar su penitencia. Un detalle que se agradece entre una marea vista los días anteriores de descapirotados que disfrutan de las procesiones luciendo túnica cual disfraz. Sin embargo, por algo los Dolores son el cortejo nazareno por excelencia.

Con la puntualidad que caracteriza a la hermandad, la cruz guía se plantaba en la calle ante un público que todavía se arraiga a un Viernes Santo falto de silencio. Un desfilar en sumo recogimiento acompasado por la tímida voz de algunos nazarenos que rezaban en voz alta. Entre las bóvedas de cirios sacramentales, la cera sobre la túnica de un mayordomo que llevaba un pabilo encendido. De fondo, la capilla musical en un anuncio de Redención interpretando únicamente piezas propias. Fundamentación estatutaria que engrandece la perfección en detrimento del libre albedrío.

Tras los cirios, la portentosa talla de Miñarro sobre su trono de caoba. En el costado del Señor reluce la sangre y las gotas de agua hecha cristal. Un paso firme y ligero pero que deja apreciar la majestuosidad del conjunto. Los hermanos con cruces desfilaron tras su Cristo, seguidos de la sección de la Virgen y del acolitado mariano, todos unidos por la catequesis en la calle.

La Virgen de los Dolores estrenaba nuevo manto diseño por Fernando Prini, ejecutado por Manuel Mendoza y Salvador Aguilar. Un cielo estrellado bordado en oro bajo el azul terciopelo de un manto que guarda en cada recoveco la penitencia de sus hombres de trono. Conjunto que, sobre el burdeos del palio y la crestería plateada, completaban la escena rica en detalles y matices. La Virgen de los Dolores lució unas piñas de claves blancos con tiralíneas colocadas minuciosamente y con mimo. En la misma seriedad con la que salió, la hermandad se adentró en San Juan a las 23:30 mientras las campanas repicaban con el toque de silencio. Ahora sí, en el silencio impuesto por la muerte de Cristo.

MONTE CALVARIO

Pese al sol abrasador, la ermita del Monte Calvario estaba preparada a las 15:00 para iniciar el traslado del Cristo Yacente desde su atalaya victoriana. Acompañado de mucho público, como cada año, la talla de Eslava Rubio quedó dispuesta para, en menos de una hora, iniciar su estación de penitencia desde la basílica de la Patrona.

Benigne Fac Domine fue la marcha elegida para comenzar a caminar y buscar, en la medida de lo posible, la sombra. El viejo barrio se escondía bajo los árboles para despedir a una de sus hermandades mientras señoras en tirantilla aseguraban que "como la Semana Santa de Málaga ninguna". Paradas breves hacia el Compás de la Victoria y, en algunos tramos, el silencio como seña de identidad. Sobre su magno catafalco se rendía el cuerpo de Cristo con su corte de fieles y la Virgen de Fe y Consuelo presidiendo. José de Arimatea era su cómplice con suave balanceo un año más.

Con el sol reflejado en el fulgor del bordado del palio salía la Virgen del Monte Calvario. La banda de música de La Paz interpretó Flor del Calvario, de Francisco Javier Criado y estrenada en la procesión extraordinaria de 2016, a la salida. La primavera florecida en el cajillo con grandes rosas hicieron de un sencillo exorno floral una delicia.

Buscando el Altozano, el calor seguía apretando sin contemplaciones. El padre Gámez y el párroco de la Victoria y San Lázaro continuaron su caminar estoicamente al igual que los nazarenos en un cortejo de luto riguroso. La Virgen del Monte Calvario abandonó los últimos retazos de su barrio con Cristo de la Humildad, de Perfecto Artola, para volver tras cumplir su anual estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral.

DESCENDIMIENTO

Ponía el Descendimiento su cortejo en la calle desde la nueva casa hermandad. Un espacio que conlleva la inminente desaparición del tinglado, cada vez más en el recuerdo de una Semana Santa que evoluciona con las dificultades propias de la diversidad y amplitud. Salió el titular cristífero a los sones de Cristo de la Agonía. Tras la rotonda del General Torrijos, la Hermandad se adentraba entre la vegetación de un Parque que cada Viernes Santo recoge el momento exacto en el que Jesús es bajado de la cruz.

La portentosa talla de Ortega Bru, inerte y sin vida, que cae desplomada ante la mirada de un consternado San Juan. A sus espalda, el detalle de una aves del paraíso colocadas alegóricamente. Un desfilar de nazarenos, mayor en número y orden que años anteriores, avanzó hasta el Ayuntamiento, punto que contó con una petición de vena simbólica y el recibo oficial de las autoridades políticas.

La talla de Nicodemus sufrió un imprevisto en una de sus manos que se intentó reparar antes de llegar al Banco de España. Las complicaciones vinieron en el magnolio de la Casa del Jardinero. El trono del Señor avanzó arrastrando algunas hojas y sorteando las ramas de mayor tamaño con los varales en brazos de los portadores. La Virgen, pese al buen ritmo y discurrir de la sección hasta este punto, no lo tuvo tan fácil por el palio. Tras una maniobra mal medida de primera hora, tuvo que rectificar posición e incorporar las ruedas en las patas de la mesa. Todo ello acumuló un retraso de 15 minutos que se recuperó antes de entrar al recorrido oficial.

El buen discurrir de la procesión se recuperó tras este punto y, en una conjunción de unidad, la hermandad continuo su desfilar por calles de Málaga hasta volver a su casa hermandad ya en la madrugada del Sábado Santo.

SOLEDAD DE SAN PABLO

Calle Trinidad es, independientemente del día, la arteria principal de su barrio cuando una hermandad se dispone a renovar su compromiso con la fe. La hermandad del Santo Traslado desafiaba a la tarde con su anual salida procesional al filo de un centenario fundacional mientras, ajenos a los nazarenos con sandalias, un grupo de pequeños miraba atento un vídeo de voz enlatada a través del teléfono móvil.

La luz diagonal marcaba con claridad la posición del trono del Cristo cuando los pebeteros de sus esquinas desprendían incienso entre solares y edificios nuevos. La banda de cornetas y tambores del Cautivo interpretaba En tus lágrimas, Amargura tras la parroquia de San Pablo mientras la hermandad ganaba terreno para que la Virgen pudiese salir. La estética napolitana del grupo escultórico se vio alterada con María de Cleofás y María Salomé cubiertas con un tocado que solo dejaba ver sus rostros.

Con un cortejo nazareno pendiente de algunas mejoras, la Soledad de San Pablo dejaba atrás Jaboneros en su trono restaurado y mejorado con la incorporación de más elementos de luz en la base de su cajillo, sostenida por los querubines. En el desgarro de su imagen, las marchas Mater Mea y Vigía de nuestra fe hacían el silencio y regalaban oraciones. El sudario quedaba sostenido por las pitas al pie de la cruz mientras el exorno floral quedó desacertado en su colocación, no tanto en sus tonos.

Mientras la imponente dolorosa de Moreira avanzaba hacia la casa hermandad de la Salud, preparada para trasladar a sus Imágenes hasta el vecino templo, los soldados de la guardia romana descendían la rampa de la Aurora mientras, ajeno al sonido de las cornetas, el lecho del río marcaba el contraste con un partido de Futboley.

AMOR

La calle Fernando el Católico ya estaba completa para ver a la cofradía del Amor cuando la cruz guía inició el cortejo a palilleras. Los penitentes de capirote negro salían desde el Santuario de la Victoria para encontrar su casa hermandad por el callejón e iniciar el desfile procesional, al que ponía acordes la banda de cornetas y tambores Santa María de la Victoria. Las puertas de la casa hermandad se abrieron de par en par para que se pudiese ver al Cristo del Amor, el Crucificado con su Madre a los pies y Nuestra Señora de la Caridad.

Las túnicas con el corazón de terciopelo rojo bordado, símbolo agustiniano, llegaban al Compás de la Victoria cuando el primer trono de la hermandad ya bendecía las calles malagueñas. A las 18:00, el calor aún era un elemento protagonista en la tarde del Viernes Santo. El altar dorado, con los cuatro faroles encendidos, fue avanzando con suavidad cuando el trono de María, con su candelería prendida ya se veía fuera de la casa hermandad. Alguna mujer entre los portadores del Cristo iniciaba un recorrido que habría de durar unas ocho horas. La banda de cornetas y tambores de la Esperanza marcaba sus pasos.

Los cirios morados dieron paso a los blancos de la sección de la Virgen. El trono dorado de la Dolorosa llevaba rosas como exorno floral y despertaba la admiración de los congregados. La banda de música Eloy García cerraba la procesión que poco a poco dejaba su barrio atrás hacia el recorrido oficial.

En su caminar al centro histórico, la Hermandad volvió a unir sus lazos con las órdenes religiosas que forman parte de su día a día. Profesores y alumnos de los colegios Los Olivos y Maristas salieron bajo los varales y esperaron a la corporación en su caminar por calle Victoria frente a la casa de Marcelino de Champagnat.

PIEDAD

El Molinillo se convierte cada noche de Viernes Santo. Sabe de sobra que la Virgen guardiana de su puerta saldrá por unas horas al centro de Málaga para mostrar sus dones. Nuestra Señora de la Piedad está en la calle y un barrio entero que ha crecido en su paulatina decadencia olvida por unas horas sus penas para acompañarla.

La Hermandad apostó de nuevo por recuperar parte de su historia con la recuperación de nuevos equipos y varas de los años veinte del pasado siglo. El conjunto procesional de la corporación nazarena mejora en sus filas nazarenas cada año en número y sentido. Ese trabajo bien merece un poco más de sensibilidad de los hermanos a la hora de abandonar las filas, aunque sea por un instante, y no usar la túnica en público cuando la parada técnica se alarga.

En el camino hacia el centro histórico, Carretería servía como contrapunto a lo vivido con anterioridad. El público respetó en mayor medida a la Virgen que acuna a Jesucristo. En el entorno del recorrido oficial, la banda de música de Zamarrilla mantuvo los tonos fúnebres con los que la talla gana aún más.

En la tribuna principal llegó uno de los momentos más esperados. La oración cantada hecha marcha Adoración por tu Piedad sonaba en las voces de los portadores mientras el ambiente invadía a quienes comprendían, sobre el graderío, que no hay dolor más grande que el que la Virgen de Palma Burgos sostiene cada noche de Viernes Santo.

Es de recibo agradecer el trabajo de la corporación nazarena en su puesta en la calle. La mejora paulatina se hace palpable mientras el tiempo demanda, para completar la escena, un trono que termine de ensalzar la sexta angustia de María como la talla, única en su estilo, merece.

SEPULCRO

La cofradía oficial de la ciudad convierte a Málaga en silencio. Todo se transforma cuando el catafalco de Moreno Carbonero atraviesa el dintel de Alcazabilla para recordar que todo está consumado. Cristo ha muerto y el ambiente consigue enmudecer las grandezas de la ciudad para centrar la mirada en las alturas, allá donde sólo cuatro llamas pueden acompañar a Jesús de Nazaret.

El Teatro Romano, la Tribuna de los Pobres y la Alameda Principal obvian lo que a diario viven para hacerse luto. La Marcha fúnebre de Chopin es banda sonora de esta noche que olvidaba sus temperaturas veraniegas. La Hermandad, puesta en la calle con el rigor que exigen los tambores roncos, era la encargada de detener el Viernes Santo.

El carácter de oficial se hacía palpable con el extenso protocolo que antecede al Cristo del Sepulcro. La corporación municipal, la Diputación, la Casa del Rey y otras instituciones avanzaron, con el bastón presentado como exige una presidencia, llenando el recorrido oficial. Quizás debiesen, al igual que hacen el Obispado y la Agrupación de Cofradías, formar parte del cortejo fúnebre tras la talla de Nicolás Prados López.

El luto en el centro histórico era tal que, a causa del viento, incluso el repostero de la brigada paracaidísta de la tribuna principal se cubrió a sí mismo en señal de duelo. La posición de los ciriales debería recuperar su posición histórica y original para dar mayor sentido al cortejo.

Tras el catafalco, uno de los mejores pasos adelante de la presente Semana Santa. La Virgen de la Soledad recuperaba la estética original de su trono restaurado en el taller de Emilio Méndez proporcionando la bandeja baja del cajillo y rompiendo esquemas en la doble curva, donde se despidió la representación institucional a ambos lados de calle Granada.

Con permiso de la Orden de Servitas, una de las últimas escenas del Viernes Santo congrega al público entre Duque de la Victoria y Císter. La torre de la Catedral fue testigo del momento en que la Virgen de la Soledad avanzó con Reina de San Román para dar fin a su estación de penitencia frente a un Patio de los Naranjos que volverá a florecer en la próxima primavera.

SERVITAS

Málaga enmudece ante la oscuridad de una ciudad que no termina de encuadrar el itinerario de la Orden Tercera y que deja algunos puntos luminosos en el recorrido de la procesión. La atmósfera fúnebre y tétrica que atrae a cofrades y curiosos atónitos ante el pésame popular a una Madre que ha perdido a su hijo.

El tambor ronco que lleva un miembro de Bomberos con las plumas negras rompe el silencio impuesto por la tradición y el sentir. Tras el sonido, la luz. Velas de tres mechas que iluminan el largo transcurrir de la procesión que salía con la luz de la luna de San Felipe Neri. Cortejo sin capirotes, antifaz caído a la espalda y desfilar ligero. "Santa María, Madre de Dios", musita un nazareno entre las velas; "Ruega por nosotros pecadores", responde la hilera de siervos que encuentran en la oración el motivo de su penitencia.

Sobre la peana de carrete de madera, la implorante talla de Fernando Ortiz, clamando al cielo piedad y el consuelo que todavía no ha llegar. Solo la luz de un foco ilumina la cara de la Virgen. Lleva sobre su sien 12 estrellas distribuidas en un halo de plata, único contrapunto de color que rompe con la solemnidad del atavío negro que luce. Al final, el tambor de cola ronco que marca el ritmo a golpe de oración.

Una marea de promesas que le dan su pésame desde que la Orden dejara en décadas anteriores la tradición de hacerlo en la Catedral ante el desfilar de los malagueños. Y ahí marcha la procesión, entre la nostalgia de una ciudad que espera la Resurrección y el recogimiento que un año más derrochan los siervos de María.

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