A fuerza de ganar y ganar, pocos eran los que, llegado este punto, se imaginaban que un duelo con un equipo de una categoría aún con nomenclatura futbolística a falta de patrocinio, la Segunda División B, podía llevar colgado el apelativo de desquite. Ese demoledor Sevilla de Jiménez se dio un respiro engatusado por un inteligente Málaga que congeló el Sánchez-Pizjuán impidiéndole hacer más inaccesibles para el futuro varios récords que se creían primos hermanos de lo infinito. El Sevilla frenó y ahora debe arrancar otra vez para tener contento a ese presidente que está convirtiendo aquello de "tras una derrota, una crisis" en otro lema igual de efectivo que su cacareado "sí o sí".

Porque que el Sevilla perdiera un partido es más noticia que el hecho mismo de que esta noche juegue contra la Ponferradina. Ahí se mide la grandeza de un club y de un equipo por mucho que los profesionales que juegan a esto no tengan otra cosa en la cabeza que el partido que se van a encontrar a partir de las nueve de la noche. Están obligados a ello. El resto, no. La afición, el consejo de administración, la prensa que rodea al equipo... cumplen su función de pedir y exigir, y para ello dan por sentado que no pueden producirse accidentes en la ronda inicial de un torneo que el Sevilla ganó hace dos temporadas como la Copa del Rey.

Y ha llegado a la otra punta de España este equipo que va a volver a arrancar en mitad del frío del Bierzo haciéndose el cuerpo a un drástico cambio climatológico que también encontrará -casi idéntico- el domingo en Valladolid. La capital de esta comarca leonesa, limítrofe con Galicia, ha recibido al Sevilla con intenso frío y amenaza de heladas a la hora del partido. Temperaturas que rozan los cero grados van a ser compañeras de fatigas de los blancos en sus dos próximos compromisos en los que debe demostrar que lo del pasado domingo ante el Málaga fue un hecho aislado.

En cierta forma, y sacando la lectura más positiva del frenazo, aquello puede que haya sido una liberación para un equipo que parecía algo saturado. De victorias, sí, que también debe cansar ganar tanto. Por eso, empezar de cero y con fuerza debe ser tan importante como mantener el ritmo como lo hizo el equipo de Jiménez. Es excelente la ocasión para refrescar el once, para regenerar la musculatura de aquellos que, sin haber caído en ese nutrido cajón de lesionados, se vieron obligados a jugar siempre y a hacerlo a un ritmo alto. Pero también para el efecto contrario en casos de otros que hace poco que se recuperaron y que necesitan ritmo: Renato o el propio Luis Fabiano.

El primer rival en la Copa del Rey siempre debe suponer para los que juegan poco una ocasión de subir peldaños en el estatus de cada cual dentro de la plantilla, pero también puede ser una trampa con el resultado contrario. Si el año pasado, con un Jiménez casi recién llegado, gente como Chevantón se declaró dispuesta para la suma, en Denia dio Boulahrouz la última paletada con la que cavaba él solito su fosa futbolística en el Sevilla: no volvió a jugar. El charrúa era la oveja que más negra veía Juande en su rebaño y luego, a su manera, dio algo de lana, aunque lo último que ha dejado en la retina el nada flemático delantero no es precisamente positivo y ha pagado el pato.

En esta ocasión serán De Mul -una pena que Acosta no pueda aprovechar una oportunidad que parecía idónea para él-, o Armenteros, con papeletas para jugar por la sanción de Adriano, los que tengan que lucirse. Y hasta Javi Varas puede tener la opción de repetir lo que tan bien hizo en Moscú y Amsterdam.

El enemigo en estos casos suele ser lo de menos. O no. La Ponferradina tiene la misma ilusión que aquel Denia que se le subió a las barbas al equipo de Jiménez desde el minuto uno. Y a la fiesta que siempre supone recibir a un grande se suma el buen momento deportivo que atraviesa. Acaba de ganar a domicilio al Barakaldo de Ion Pérez Bolo (1-2) siendo el primer equipo que logra marcar este año en Lasesarre. Y encima, este frío del Bierzo...