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"¡Súbeme el carné!, ¡súbeme el carné!"

  • La afición sevillista estalló ante el esperpento de partido que presenció anoche

Es lo que tienen las ollas a presión, que pueden explotar si no se manejan con cuidado y respeto. Y eso que la olla del Ramón Sánchez-Pizjuán es de manejo fácil. Basta con que se le echen los ingredientes adecuados para que el guiso salga de categoría. Un campeón del mundo si le da por ejercer como tal (Jesús Navas), una carne argentina si viene con pocos nervios (Perotti) o un rival que al más mínimo hervor se ponga tierno. Y si además esa cena se riega con los mejores vinos de la magnífica cosecha de 2005, o los de elaboración propia de la carretera de Utrera, poco más hay que hacer para que los comensales disfruten.

Pero a la afición sevillista no se le puede cobrar por cenar en El Bulli de Ferrán Adrià y ponerle por delante un bocadillo en mal estado. Porque no es tonta, nunca lo ha sido y nunca lo será. Y eso que anoche todo estaba dispuesto para una cena plácida, pero no se respetó al Sporting de Braga. O eso, o es que este club, que cobra a sus aficionados precios de boutique de lujo, no da sino para una extinta tienda de veinte duros.

El Sevilla, ese equipo que toda la vida ha vestido de blanco como local y que ayer lo hizo con una camiseta que podría ser de cualquier equipo menos del Sevilla, tiró por la borda la oportunidad de competir por tercera vez en cuatro años en la Champions League. Y para colmo, a algunos aficionados ya se les ha cobrado a precio de Liga de Campeones un euroabono que muy astutamente no aclaraba a qué competición correspondía.

Y con tanta presión, la olla explotó. Era lógico y normal. El primer aviso se dio tras 45 minutos de cocción. Empezó a silbar, avisando de que algo no se estaba haciendo bien y se debía mejorar. Pero el chef no pudo o no supo darle la vuelta a la situación y a la hora de partido estalló en un sonoro grito dirigido hacia el palco. "¡Súbeme el carné!, ¡ súbeme el carné!" comenzó a gritar el estadio.

Y el foco de esos gritos era un palco en el que se sentaba todo el consejo de administración. Porque todos los problemas de este club ya no se pueden escudar en un entrenador que no era del agrado de la afición. No, esta afición pide responsabilidades a los dirigentes que han vendido a Daniel Alves, Keita, Adriano o Squillaci y no han sabido rejuvenecer o encontrar los recambios adecuados para dichos jugadores. Ayer, al final, un entrenador que caía simpático, Antonio Álvarez,  acumuló las iras de cierto sector. Fue pitado a la salida del estadio. Como si fuera el único culpable. Fazio y Konko también ejercieron de chivos expiatorios, pero el mal es de fondo.

La conclusión es clara. Al Sevilla lo ha dejado sin Liga de Campeones un equipo que, por mucho que sea el subcampeón de Portugal, es un conjunto de segunda fila. Ahora toca preguntarse en qué fila se encuentra el Sevilla, porque desde luego no es en la primera, y muy probablemente tampoco en la segunda. Habrá que depurar responsabilidades y encontrar a los culpables de que este equipo, que tuteaba al Barcelona o al Madrid hasta el punto de lucharles una Liga, no haya sido capaz de deshacerse de un Braga que jugará la Champions merecidamente. Y, mientras, el sevillismo a tragar, a aceptar que le vendan salchichón del malo a precio de jamón de bellota, y a asumir que en Europa nadie sepa cuáles son los colores del Sevilla. Porque ni la de ayer es su camiseta ni tampoco el pijama azul de Braga.

Las bases para un proyecto grande se pusieron hace cinco años, y desde entonces se han ido carcomiendo los cimientos. Ayer directamente se dinamitaron, y para la reconstrucción habrá un 20% menos de presupuesto. Lo de Rodri en Almería no valió para nada.

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