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Sin agua, sí hay distancias

  • Remontada El Sevilla le dio la vuelta al marcador y acudirá a San Mamés dentro de un mes con un gol de ventaja sobre el Athletic Justicia El gol de Acosta al final premió a un equipo que fue muy superior al rival cuando el césped se secó

La final de la Copa del Rey exigirá un nuevo esfuerzo en San Mamés, ante el rugido de los leones, los de la grada claro está, pero el gol de Acosta en el tiempo de prolongación vino a premiar al equipo que fue el mejor en el primer asalto disputado en el Sánchez-Pizjuán. El argentino, el más listo del barrio, capturó un rebote en el área para que el Sevilla consiguiera una renta, mínima pero renta al fin y al cabo, con vistas a la devolución de visita al Athletic dentro de un mes.

Era un tanto que hacía justicia después de todos los inconvenientes que se le habían presentado a los sevillistas a lo largo de todo el encuentro, e incluso antes. Porque ya es mala suerte para los nervionenses, para quienes son capaces de poner el balón en el piso, la tromba de agua que cayó en las dos horas previas al choque. El campo impidió la circulación de la pelota durante toda la primera parte y eso sirvió para igualar las cosas respecto al potencial real de ambos equipos. Por si eso fuera de poco, lo que Llorente mete en la red Romaric lo estrellaba en el larguero. Y para acabar con el relato de situaciones adversas para los blanquirrojos ese penalti que Kanoute estrelló en el poste por dentro cuando Iraizoz se había lanzado hacia el otro lado.

Son las cosas del fútbol, indudablemente que sí, pero igual que lo son también los goles que llegan en el tiempo de prolongación y sirven para premiar a quien realmente ha buscado el triunfo de verdad. Ése fue el Sevilla, sobre todo cuando el césped se secó algo y el balón pudo llegarle con cierta ventaja a Jesús Navas, Diego Capel, Kanoute y el propio Acosta. Fue lo que sucedió tras el descanso y entonces las diferencias fueron más que evidentes.

Porque anteriormente la meteorología se convirtió, de manera indudable, en el principal enemigo del partido globalmente y del Sevilla en particular. Está claro que aquello no estaba para una suspensión y que durante el curso se presentan todo tipo de situaciones tanto a favor como en contra, pero el día era muy señalado y con tanta agua sobre el césped las fuerzas se habían igualado de salida. Era imposible conducir la pelota y de esa manera ni Jesús Navas ni ningún extremo del mundo es capaz de crear un mínimo de peligro en el juego de ataque.

Pero las cosas son como son y el cuadro de Manolo Jiménez se tenía que amoldar a las circunstancias si quería tener opciones para estar el próximo 13 de mayo en la final de Valencia. A pesar de ese estado del terreno de juego, el once inicial previsto no sufría ninguna modificación, salían dos extremos y un mediapunta por detrás de Kanoute, Renato como siempre. El problema es que el fútbol era muy distinto y tal vez la apuesta debería haber tendido hacia otro tipo de juego, hacia dos hombres altos arriba, por ejemplo, ya que la soledad del delantero francés era total. Ahí está el sistema de Caparrós para atestiguarlo, con Fernando Llorente y Ion Vélez arriba peleando los balones aéreos con dos opciones. Claro que también cabría una reflexión al respecto. ¿Qué delantero con esas características figura en la actual plantilla del Sevilla para ejecutar un trabajo así? Con Luis Fabiano lesionado, el panorama es desolador.

¿Fazio? Podría haber sido una alternativa en caso de estar bien físicamente, pero su estado tampoco es el más adecuado. En definitiva, no se podía apelar a quienes no estaban y el Sevilla se encomendó a Romaric como lanzador y a que pudiera quedarse alguna pelota suelta en los intentos de Kanoute por arriba. A partir de ahí, todo era un cara o cruz, implorar a los dioses para que el balón favoreciera en un momento puntual a los anfitriones.

Pero fue justo lo contrario. El cabezazo de Romaric se estrelló contra el larguero y el testarazo de Fernando Llorente, en cambio, cogió la parábola necesaria para que la pelota se alojara en la red. Eso aconteció al filo del intermedio y era un castigo de lo más injusto, ya que la iniciativa, mal que bien por el estado del césped, había pertenecido hasta ese momento a los hombres de Manolo Jiménez.

Entonces, el técnico sevillista tomó la sublime decisión de acompañar a Kanoute con Acosta. El argentino, además de muy pícaro y rápido, es delantero, delantero puro, y se encargó de ayudar al gigante. El Athletic se tambaleó con rotundidad. Tanto que permitió la igualada primero por parte de Duscher y el tanto final del propio Acosta. Pero no fue sólo eso, el dominio en esta segunda fase fue abrumador por parte de los blanquirrojos. Ayer fueron mejores, sin duda, y dentro de un mes tendrán que corroborarlo en San Mamés. Será difícil, sin duda, pero este Sevilla, si allí no nieva ni nada por el estilo, tiene más fútbol y un gol de ventaja.

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