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El no parar del inquieto Unai

  • El vasco despliega toda su hiperactividad en el hotel y en los campos de entrenamiento. Disfruta y rezuma ilusión en el proyecto de Champions.

Es imposible verlo parado un momento. No se sienta nunca, cruza de un lado para el otro del hotel. Ahora con un portátil bajo el brazo, antes con una carpeta, va en bicicleta al entrenamiento, carrera alrededor del césped si el grupo hace físico, habla con un uno, vuelve, se hace una foto con un aficionado por el camino, treinta minutos libres para una paliza en el gimnasio... De hecho, esa hiperactividad y esa intensidad con las que vive cada momento le jugaron una mala pasada el jueves en Lorca, donde fue expulsado.

Unai Emery, como buen loco del fútbol, lo vive intensamente las 24 horas del día, 25 incluso si le dieran esa oportunidad. La ilusión no se borra de la cara del técnico, que disfruta como un niño chico con las condiciones que tiene para desarrollar su trabajo en las instalaciones de La Manga Club: ocho campos de fútbol, de los que suele utilizar dos contiguos que se montan hasta una hora antes de cada sesión. Cuando llegan los futbolistas, la extensa planicie verde está perfectamente dividida en zonas, con el material cuidadosamente colocado para cada tarea. Los balones, las porterías pequeñas, semiesferas, conos, escaleras de coordinación, aros para pliometría, vallas altas, vallas bajas, picas, los air body, los muñecos metálicos, tirante musculador, TRX, bosus para propiocepción, fitballs, cintas para arrastre, los GPS... hasta un equipo de sonido con el que marcar los pitidos del ritmo en las series de resistencia aeróbica con ritmo variable, como en el ya clásico test de Course-Navette. Por supuesto, el equipo de grabación que comanda Víctor Mañas montado en lo alto del andamio, el material de utillería perfectamente dispuesto: petos, botas y zapatillas ordenadas por pares junto al banquillo, el agua en las neveras no puede faltar, así como las bebidas con carbohidratos de reposición salínica, que es cosa del nutricionista, Felipe del Valle, como los batidos de proteínas.

Unai ya en el campo es un espectáculo. Las voces tanto del técnico como de Juan Carlos Carcedo y Pablo Villa se entrecruzan de entre los tres o cuatro grupos en que se divide la plantilla (para eso deseaba tener varios campos y no sólo uno) en varios idiomas. Francés, con Carcedo -que jugó en la liga gala- como perfecta conexión para la extensa legión francófona, inglés también y, por supuesto, español, la base de lo que se habla en este grupo que no puede perder la identidad por mucho extranjero que llegue. Las instrucciones al grupo, siempre en lengua local, alguna repetición traducida para los nuevos, y, ya con el balón rodando por el césped, gritos de ánimo que ayudan a soportar la exigencia. "Go to me, Steven, go to me", gritaba Emery corriendo hacia atrás con un balón en cada mano a N'Zonzi atrayéndolo hacía sí mientras pedía al equipo que subiera metros coordinadamente en la presión.

El de Fuenterrabía suele incluir a menudo en sus tareas situaciones de movimiento para reproducir más fielmente el juego real y que el equipo sepa qué tiene que hacer en cada robo o pérdida en cada rincón del campo y en función de la posición de sus jugadores y los del contrario. Emery es minucioso en todos los detalles e incansable con el trabajo. Inquieto, está atento a todo. Si un jugador está más callado de lo normal lo detecta en el calentamiento. Charlas individuales, charlas colectivas, terapias de cohesión de grupo... todo entra en esta compleja coctelera en que cada cosa se mezcla en su justa medida.

Cualquiera que lo ve trabajar con la ilusión con que lo hace se extrañaría de que allá por junio estuviera dudando en seguir o no su carrera en el Sevilla, pero también es cierto que la Champions es un motor que mueve montañas en el fútbol. Desde su llegada, Emery siempre aseguró que su sueño era disputar la máxima competición europea de clubes con el Sevilla. Dicho y hecho. No desperdicia una hora, ni media ni un minuto. Conocido es en los círculos más cercanos que mucha culpa del espectacular crecimiento de Sergio Rico la temporada pasada es suya, pues apoyaba sus entrenamientos con sesiones por las tardes en la ciudad deportiva en las que él mismo diseñaba el trabajo a desarrollar y pulía sus defectos a pie de campo, machacando una y otra vez. Da gusto verlo ir de aquí para allá, saludando a todo el mundo, con la cabeza llena de ideas y el deseo de hacerse cada día mejor entrenador aún. Porque en esto, como en todo en la vida, nunca se deja de aprender.

"En casa era igual", relata su hermano Igor

Unai recibió el jueves la visita de su hermano Igor, que, además de ser entrenador (dirigió el año pasado al segundo equipo del Fuenterrabía) coordina y gestiona la página web del técnico sevillista. Aparte de un reportaje con motivo del reencuentro de Unai con el Lorca, el entrenador del Sevilla concedió una entrevista a la web de la UEFA y a su propio hermano, que también sufre su frenética hiperactividad. "Estás aquí con él y no te da tiempo casi de charlar. La comida, 30 minutos libres que aprovecha para ir al gimnasio... Pero siempre ha sido así. En casa de pequeños era igual. No paraba".

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