Sevilla FC

El tocino y la velocidad

  • Cuando el debate sobre el buen juego parece por fin cerrado con el beneplácito de los aficionados más críticos, el Sevilla se aleja peligrosamente del resultadismo · La aceleración entra por los ojos, pero aturrulla

¿Qué queremos, olés o puntos? Esta pregunta habría que hacérsela, uno por uno, a todos los aficionados que cada dos fines de semanas y ya en numerosas ocasiones en días laborables examinan desde su asiento del Ramón Sánchez-Pizjuán al Sevilla de Jiménez. Responderán muchos que es posible y hasta, no ya recomendable, sino obligado tener las dos cosas. El cuerpo técnico hace lo inhumano por buscar la fórmula para lograrlo, pero la cuestión perseguida, el Santo Grial del sevillismo moderno, no es cosa de la simpleza de coger un huevo y echarlo a freír. El mismísimo Barcelona y el cacareado Real Madrid de los megagalácticos andan preguntándose qué es lo que falla en una ecuación que garantizaba el éxito.

En los últimos partidos el juego del Sevilla ha adquirido matices que le han convertido en más espectacular, pero, en cambio, el marcador final en algunos se ha alejado de ese resultadismo con el que hace bien poco a una parte de la afición no le bastaba.

Jiménez, el loado

¿Qué ha podido pasar para que el entrenador que antes recibía críticas pese a ganar cuando lo hacía ahora sea ensalzado después de ceder dos puntos ante un rival con diez durante media hora y de sumar uno solo en las dos últimas jornadas de Liga?

Una corriente de opinión se instauró en el sevillismo cuando, enlazada la terna de triunfos más sonada hasta el momento –Bilbao, Real Madrid y Glasgow–, se escuchaba por esquinas, cafeterías y otros foros con alma de megáfono que la espectacularidad del fútbol del Sevilla se debía a que Jiménez había aprendido de esas enseñanzas que la afición y el entorno, con sus críticas, le habían ido marcando. Pasaban a ser aciertos del mejor visionario lo que en caso de derrota podía ser imperdonable: jugar de salida con dos pivotes defensivos en Glasgow –Lolo y Zokora–, situar a Konko de central ante el Madrid o, recientemente, el no va más, cambiar a Duscher por Luis Fabiano en el descanso y ganando.

Cabe preguntarse si este Sevilla acostumbrado al palo no sabe funcionar de otra manera. Perder en Riazor con once no provocó ni la décima parte del enfado que la afición protagonizó cuando lo hizo en Valencia con diez. Y, al margen del fútbol y las ganas desplegadas y de la feliz noche de Kameni, los números fríos del último empate deberían de animar más a la autocrítica que al aplauso por cuanto al equipo de Jiménez se le fueron sus dos primeros puntos en casa ante un rival que estuvo en inferioridad numérica media hora. Treinta minutos es tiempo suficiente para buscar con serenidad la fórmula idónea para la victoria que una plantilla del nivel de la nervionense tiene obligatoriamente que ofrecer.

Ritmo o serenidad

En fútbol, todas las elecciones tienen su efecto y los equipos acaban siendo una proyección del estilo, –más que del entrenador que los dirigen– de los jugadores que lo componen. Si la afición se ha entusiasmado con ese ritmo frenético que ahora imprime el Sevilla a los partidos, porque entra más por los ojos, también es porque no lo deja pensar. El ataque abrumador de la primera media hora ante el Espanyol fue el mejor ejemplo de ello, aunque al final todo fuera acabándose en una desesperada carrera hacia Kameni que no dio sus frutos, pero que al menos dejaba en el ambiente el consuelo del resoplido, es decir, el no haber dejado ni una gota de sudor ni un delantero por poner en liza. Hasta Chevantón para sorpresa de presentes y televidentes.

De carreta a cohete

Entonces, ¿qué estilo le viene mejor al Sevilla? Ha quedado comprobado que la aportación de Zokora le ha venido a este equipo como el aceite a las espinacas. A ese once trotón que se movía al ritmo de Romaric la pasada campaña le han metido un cohete con todo lo que ello conlleva. Ganan las cuestiones positivas a las negativas, pero éstas también acaban por restar alguna vez y ya ha pasado. Ante el Espanyol no fueron sólo las ausencias de Luis Fabiano y Kanoute, sino que la razón se fue acelerando tanto al son frenético del fútbol que marca Zokora que hasta el técnico hacía una regresión de ese supuesto aprendizaje en el curso de táctica acelerado que debe agradecer a sus críticos. Se veía en el campo a Negredo, a Kone, a Chevantón, más Jesús Navas o Capel... y volaba la imaginación a aquellos años en que un aturrullado Caparrós acababa encuentros con cuatro y cinco delanteros, algunos de ellos de calcado corte: Zalayeta, Míchel, Gallardo, Diego Ribera y Olivera llegaron a coincidir.

Y no sólo ha pasado ante el Espanyol. Frente al Mallorca, pese a la victoria, ocurrió por momentos que el Sevilla atacaba movido casi por la locura.

La perfección

Como en todo, los cánones dicen que en el punto medio se encuentra la perfección. Buscar el equilibrio en la ecuación locura-razón y el justo medio entre el resultadismo y el juego vistoso es la obsesión del cuerpo técnico, ese Santo Grial con que el sevillismo a veces llega a confundirse. Como con el tocino y la velocidad.

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